Las Ordenanzas de la Iglesia

Las Ordenanzas de la Iglesia

February 14th, 1982 @ 10:50 AM

Mateo 28:18-20

LAS ORDENANZAS DE LA IGLESIA Dr. W. A. Criswell Mateo 28:18-20 2-14-82    10:50 a.m.   Vayamos con nuestra Biblia al último capítulo de Mateo, los tres últimos versículos. Hoy os traigo un nuevo sermón de la larga serie sobre las grandes doctrinas de la Biblia....
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LAS ORDENANZAS DE LA IGLESIA

Dr. W. A. Criswell

Mateo 28:18-20

2-14-82    10:50 a.m.

 

Vayamos con nuestra Biblia al último capítulo de Mateo, los tres últimos versículos. Hoy os traigo un nuevo sermón de la larga serie sobre las grandes doctrinas de la Biblia. Se divide en quince secciones. Y esta sección, en la que estamos inmersos, absortos e involucrados, es sobre eclesiología, las grandes doctrinas de la Iglesia. El mensaje de esta mañana es la doctrina de las ordenanzas de la Iglesia. Ahora, la Gran Comisión:

 

Jesús se acercó y les habló diciendo:

Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.

Id, pues, y haced discípulos…

 

Matheteuo, un imperativo, el único imperativo de la Comisión, matheteusate:

 

Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y HACED discípulos a TODAS las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden TODAS las cosas que os he mandado. Y yo ESTOY con vosotros de todos los días, hasta el fin del mundo.

[Mateo 28:18-20]

 

La palabra “ordenanza” es una palabra latina. Significa “algo ordenado, algo mandado”; sobre la base de la infinita, omnipotente autoridad de nuestro Señor, que nos ha dado estas órdenes, estas ordenanzas. Pertenecen a la iglesia, para el pueblo creyente y la familia de Dios. No pertenecen al Congreso o al poder legislativo o judicial o a las hermandades o los ayuntamientos. Han sido colocadas única y preeminentemente en el corazón de la Iglesia, nunca fuera de ella, siempre dentro de ella. Y han sido el campo de batalla desde el inicio de la dispensación cristiana.

Discuten sobre el número, “¿Hay dos? ¿Hay tres? ¿Hay cinco? ¿Hay siete?” Y sobre la forma, el propósito y el significado de estas leyes. Se han utilizado y mal usado, abusado y dotado con todo tipo de matices esotéricos y supersticiosos.

El bautismo, por ejemplo: Su propósito original y el significado fueron cambiados y con el cambio en su significado vino un cambio en su forma. A medida que los años han pasado, se ha desarrollado, en mi opinión, la doctrina extraña y poco común que el agua, como la que sale de una boca de riego, o de un arroyo o un estanque, o la del grifo – podría lavar la mancha en el alma de un hombre, es decir que el agua puede lavar los pecados. “Regeneración bautismal”, que en el uso del agua, somos salvos de nuestros pecados. Cuando esa doctrina fue proclamada y llegó a ser creída, ¿qué hacer con los enfermos? Si el agua lava los pecados, entonces el enfermo debe ser sometido al uso del agua. Y el bebé, el bebé que acaba de nacer, si el agua lava los pecados, el bebé debe estar bajo el agua. Y con eso vino un cambio en la forma. Finalmente, por conveniencia, solo tiraban unas cuantas gotas de agua sobre la cabeza de un bebé o de los enfermos y los pecados eran lavados.

Es una confrontación continua en el mundo teológico, en el mundo cristiano. No hay duda, de que a través de los años y los siglos y en la actualidad, las ordenanzas son un campo de batalla para la confrontación teológica.

La Cena del Señor no es diferente. También es un hueso de amarga contención. No hay un colegial que no sepa que los grandes reformadores buscaron estar juntos, para presentar un frente unido en la reforma de la iglesia; pero ellos vigorosa y enérgicamente dividieron el significado de la Cena del Señor. Uno de los famosos enfrentamientos fue entre Martín Lutero y Zwinglio, finalmente se separaron porque no estaban de acuerdo.

Cuando fui al seminario, uno de mis profesores me enseñó que solo hay que tomar la Cena del Señor en la iglesia a la que perteneces. Mientras escuchaba al sabio eclesiástico, pensé: “¡Qué extraño! Pablo observó la Cena del Señor con los cristianos en Troas. No pertenecía a esa iglesia. Habló de ello largo y tendido cuando enseñaba al pueblo en la carta a los Corintios en Corinto. El tampoco pertenecía a Corinto” [Hechos 20:6-7, 1 Corintios 11:17-34]. Por lo tanto, esto no tiene fin. Podemos ir a cualquier biblioteca teológica y encontrar volúmenes y volúmenes discutiendo estos altercados y enfrentamientos en las ordenanzas de la iglesia.

Ahora, repito. Lo que vais a escuchar de este pastor es una convicción que viene a su corazón mientras lee cuidadosamente las Sagradas Escrituras. Será mi posición, interpretación y predicación, con la que podrán estar en desacuerdo. Solo entiendo esto, y no me atribuyo una sabiduría infalible e infinita, es solo que tengo que predicar el evangelio tal como yo lo entiendo, no tengo otra manera.

Así que en primer lugar, para mí: Las ordenanzas no son más que el simple y llano esfuerzo, por parte del Señor Jesús, para colocar de forma escenificada en la experiencia humana, las grandes verdades fundamentales del Evangelio. En el capítulo 24 del libro de Mateo versículo 41, el Señor dice que “este evangelio”, en el versículo 14, Mateo 24:14: “Y será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin”. Esto significa que, si el evangelio de Cristo debe ser predicado por todas las naciones del mundo, entonces tiene que ser traducido a diferentes lenguas y dialectos, y tiene que ser presentado a personas de culturas y costumbres extrañas. No solo eso, sino que muchas veces, el evangelio es traducido y presentado a tribus extrañas, familias y pueblos por hombres que, ellos mismos, no tienen estudios, formación, ni medios.

¿Cómo mantener puras las grandes verdades fundamentales y significativas de la fe cuando se traduce así en los diferentes dialectos y lenguas, en las diferentes costumbres y culturas, y, en muchos casos, por hombres sin estudios, sin formación, sin medios suficientes? En la sabiduría, en la infinita sabiduría de Cristo, el Señor tomó las experiencias comunes de todos los hombres en todas partes, y puso en esas experiencias humanas comunes, las verdades fundamentales, tremendamente significativas y fundamentales del Evangelio. Todos los hombres en todo lugar comen y beben. Todos los hombres en todas partes conocen la muerte y el entierro. Y el Señor tomó esas experiencias humanas comunes y universales sellando en ellas las grandes verdades del Evangelio.

El pan que partimos es su cuerpo. Esta fruta triturada de la vid que bebemos es el carmesí de su vida. Ese es su sufrimiento expiatorio. Y este entierro en el agua significa que somos sepultados juntamente con Cristo en la semejanza de su muerte. Pablo lo describe elocuentemente en el capítulo [6] del libro de Romanos: “porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”. Y en el capítulo 15 de 1 Corintios, Pablo dice, “Ese es el evangelio: Primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” [1 Corintios 15:3, 4].

Estas experiencias comunes de la vida y la muerte universal ahora soportan la carga de la verdad del evangelio, comer y beber – imágenes de Su sufrimiento expiatorio por gracia – y sepultado y resucitado, la maravillosa promesa de Dios para nosotros que hemos encontrado refugio en Él.

En segundo lugar: Esta ordenanza que el Señor ha instituido es una presentación visual del evangelio, como la predicación de la Palabra es la presentación del evangelio para el oído humano. Somos testigos de la verdad de la gracia de Dios en nuestra predicación. En 1 Corintios 1:21, el apóstol dice: “…agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”.

Pero, no solo somos testigos con el oído, también somos testigos con la vista por el agua, por el pan y por el fruto triturado de la vid. Se trata de representaciones del gran mensaje de la gracia de Dios en Cristo Jesús. Por ejemplo, nuestro Señor dirá en 1 Corintios 11:24 al 26:

 

Y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: «Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí». Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de mí».

 

Luego termina:

 

Así pues, todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis kataggello – escenificáis, proclamáis- hasta que él venga.

[1 Corintios 1:26-28]

Las ordenanzas son una escenificación visual de la gran verdad del evangelio. No procuran nuestra salvación, la proclaman. No poseen magia, dan testimonio de una verdad majestuosa. No expían nuestros pecados, muestran el amor expiatorio y la gracia de nuestro Señor. Ellas proclaman el mensaje del evangelio. Son monumentos, se han hecho para recordar. Son enormes monumentos que nunca, nunca nos permitirán olvidar lo que Cristo ha hecho por nosotros. Son visibles, eficaces, gloriosos.

Cerca de Boston, está el monumento de Bunker Hill, él nos trae a la memoria a los hombres que lucharon en la guerra revolucionaria, la guerra de la independencia. En la capital de los Estados Unidos, en el corazón de ella, hay un gran monumento de Washington, para llamarnos a la conmemoración de ese general que fue ” el padre de Estados Unidos “.

En Hodgenville, Kentucky, está uno de los monumentos más efectivos del mundo: un hermoso edificio de mármol construido sobre una pequeña, humilde cabaña de madera. Y en el pórtico, en el frente, mirando hacia el sur, están grabadas estas palabras: “Con malicia hacia nadie, con caridad para todos”. Ese es el lugar donde nació Abraham Lincoln.

De la misma manera, estas ordenanzas son memoriales. Son monumentos perdurables, para siempre, para traer a nuestros corazones lo que Cristo ha hecho por nosotros y nos prometió. Estos otros monumentos se desmoronan con el paso del tiempo. Sin embargo, las ordenanzas, los monumentos del evangelio, se recrean una y otra vez en toda experiencia humana. Son hermosos para la vista y muy maravillosos cuando sabemos lo que significan, lo que proclaman.

Y por último: Nunca, nunca fue el pensamiento de nuestro Señor, ni nunca, nunca aparece en las Sagradas Escrituras, que estas ordenanzas procuran nuestra salvación, que son medios de gracia, que son los canales por los que somos salvos. Mi querido hermano, si el rito, el ritual, la ceremonia y la ordenanza pudieran habernos salvado, no habría habido ninguna necesidad de que nuestro Salvador viniera al mundo para sufrir y morir por nuestros pecados.

Si buscamos en la Biblia, encontramos no solo versos, no solo párrafos, no solo capítulos, encontramos libros enteros en el Antiguo Testamento, llenos de los ritos, ceremonias y ordenanzas presididos por los sacerdotes mediadores. Si los ritos, los rituales, las ceremonias y las ordenanzas pudieran habernos salvado, Jesús nunca habría tenido que venir, nunca.

Todo el libro de Hebreos se refiere a esa gran verdad, especialmente el corazón del libro, capítulos 9 y 10. El maravilloso predicador que escribió el libro de Hebreos nos dice que la sangre de toros y machos cabríos, las ordenanzas y ceremonias presididas por los sacerdotes oficiantes, nunca podrían hacernos perfectos delante de Dios, no podrían hacer expiación por nuestros pecados.

Mis queridos amigos, decidme: Si pudiéramos lavar nuestros propios pecados, ¿por qué no habríamos de hacerlo? ¿Para qué necesitaríamos un Salvador que viniera a morir por nosotros? Decidme, si otro hombre pudiera lavar mis pecados, ¿por qué no hacerlo? ¿Por qué no lo hace?

Nosotros, yo no necesitaría a nuestro Salvador para venir a morir por mí si hubiera algo que otro hombre pudiera hacer, si hubiera algo que pudiera hacer por mí para salvarme. Las ordenanzas, los rituales, las ceremonias, nos indican que Él ha hecho posible que nuestros pecados sean perdonados en su gracia, en su amor, en su sufrimiento, en su muerte expiatoria.

 

Este es el Evangelio. Nunca es un evangelio de ritual o de ceremonia u ordenanza o de sacerdotes mediadores. Siempre es un evangelio de la gracia redentora y el amor de nuestro Señor. Y esta es la manera en que soy salvo de acuerdo a la Palabra de Dios. Yo no soy salvo por mis propias obras, sino por la gracia de Dios. Efesios 2:8 y 9 dice: “porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe”. Para que ningún hombre pueda decir: ¡Lo hice, lo hice! Al llegar al cielo, no levantes tu voz y tus manos en alabanza diciendo: “Toda la gloria para mí, mira lo que hice. ¡Lo hice!” Cuando lleguemos al cielo, alzaremos nuestra voz para cantar con los anfitriones de la gloria: “¡Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación!” [Apocalipsis 5:9]. A Él sea la gloria, no será por nuestro mérito que entraremos en el cielo, sino por su mérito.

Como escribió Pablo en Tito 3:4-5: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con la humanidad, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”. Oh, Señor, y qué sencilla y hermosa ha hecho Dios esa puerta, esa entrada al cielo. Hasta un niño puede entenderlo, yo lo hice, y lo acepté cuando tenía 10 años de edad. Un hombre me dijo esta mañana: “Fui maravillosamente salvo cuando tenía seis años de edad”. El camino del Señor es siempre un camino sencillo y, sobre todo, cuando Dios nos dice cómo ser salvos.

Si lo hubiera hecho recóndito y difícil de entender, nos podríamos haber perdido. Pero Él lo hizo así de simple. La Biblia lo llama metanoeó, y se traduce por “arrepentimiento” por “dar la vuelta.” Si voy de esta manera, Dios me pide que dé la vuelta para mirar a Jesús. Si estoy en el mundo siguiendo mis propias metas, visiones y objetivos egoístas, Dios me pide que dé la vuelta para mirar a Jesús. Ese es el arrepentimiento bíblico. Es dando la vuelta, metanoeó, “dar la vuelta”, girando y aceptando: “Señor, abro mi corazón hacia el cielo, hacia Cristo y hacia Dios. Señor, ven a mi corazón, a mi casa, a mi vida y a mi trabajo. Señor, tómame”. Esto es aceptación. Y Dios hace algo con un hombre que ora así, Él entra en su corazón y bendice la obra de sus manos, santifica todos los sueños y las oraciones de su alma, escribe su nombre en el Libro de la Vida y está a su lado como un peregrino. En la hora de la muerte, Él envía a un ángel para que lo lleve al cielo [Hebreos 1:14].

Es algo maravilloso lo que Dios ha hecho. Y esas magníficas, fundamentales y salvadoras verdades son estas, las que se presentan en esta humilde y preciosa ordenanza: partir el pan, beber la copa, ser enterrado y resucitado en el bautismo. Este es el significado de las ordenanzas: Recordamos en un memorial su sacrificio por nosotros, partiendo el pan, bebiendo la copa, y siendo sepultados juntamente con Él, muertos para el mundo. Y así estamos resucitados con Él a una nueva vida, a una nueva esperanza con Dios.