La Abundante Gracia de Dios
February 22nd, 1981 @ 8:15 AM
Romanos 5:20
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LA ABUNDANTE GRACIA DE DIOS
Dr. W. A. Criswell
Romanos 5:20
2-22-81 8:15 a.m.
Os traigo el mensaje titulado La Abundante Gracia de Dios. En el libro de Romanos capítulo 5 versículo 20 dice: “Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. La Abundante Gracia de Dios. “Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”.
“Cuando el pecado abundó, pleonazo,” significa aumentar, llenar. “Cuando el pecado aumentó, llenó el corazón, la vida, la ciudad y el mundo, cuando el pecado pleonazo, aumentó y lo llenó todo, también lo hizo la gracia”. Hubiéramos esperado que el apóstol utilizara la palabra huperpleonazo. Es lo que hizo en 1 Timoteo 1:14; pero escoge una palabra diferente, huperpleonazo significa “exceder un límite, ser dispensable”.
Entonces, como si eso no fuera suficiente, le añade huperpleonazo, “estar por encima y más allá de lo dispensable.” No se podría traducir una palabra como esa con un término equivalente en nuestro idioma. “Cuando el pecado pleanazo, aumentó, llenó toda vida y raza humana, la gracia de Dios huperpleonazo, sobrepasó, fue más allá de lo dispensable”. La Abundante Gracia de Dios.
Pensamos que Dios está en el cielo, que Él está allí mirando a los ángeles postrarse ante Él en adoración. Esto es lo que pensamos. El Libro de Dios dice: “…cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. Dios está en esas ciudades, en esos hogares, recorre esas calles “donde abunda el pecado, allí está Dios”.
Pablo utiliza una de las palabras más hermosas del lenguaje, “gracia”: charis, charis. De la forma acusativa de esta palabra deriva el nombre de mujer, Karen. La palabra significa “belleza, favor”, charis.
Los griegos vertieron en esa palabra todo el significado hermoso de lo que fueron capaces. Los griegos amaban la belleza, la belleza de la forma, la belleza de la arquitectura, la belleza de la poesía, la belleza del drama, la belleza de la forma humana. Eso era charis. Los escritores del Nuevo Testamento tomaron esa hermosa palabra griega y la aplicaron al Señor nuestro Dios. La gracia, la charis del Señor nuestro Dios, que descendió de su trono de juicio justo y, en amor y misericordia, asumió el castigo por nuestros pecados para que pudiéramos tener vida eterna en Cristo Jesús, la abundante gracia de Dios.
“Donde abundó el pecado,” Satanás acumulando pecado sobre pecado sobre pecado y llenando todo corazón, toda vida, toda casa, toda familia, toda ciudad, toda nación y el mundo entero con el pecado, apilándolo hasta que finalmente esconde y cubre el rostro y el amor de Dios, añadiendo pecado sobre pecado hasta que en mares de sangre y lágrimas ahoga la misericordia de Dios. Y parece que lo consigue.
Nuestros periódicos resaltan su triunfo y nuestros propios corazones y vidas desesperadas señalan y afirman su éxito. “Pero donde abundó el pecado, la gracia, el amor y la misericordia de Dios, abundaron mucho más… abundan, desbordan”.
Donde abundó el pecado en el primer Adán, la gracia abundó mucho más en el segundo Adán. Donde abundó el pecado en los días del diluvio, Noé halló gracia ante los ojos del Señor. Donde abundó el pecado en los días de los madianitas, la gracia de Dios abundó mucho más en Gedeón. Donde abundó el pecado en la vida de los reyes de Israel, la gracia abundó mucho más en un David arrepentido. Donde el pecado abundó en la tragedia de la cautividad babilónica, la gracia abundó mucho más en la vida de Daniel, Ezequiel, Esdras y Nehemías.
Y cuando el pecado abundó en la religión ritual y estéril de los saduceos y los fariseos, la gracia abundó mucho más en el rostro brillante de Esteban, el primer mártir de Dios. Cuando el pecado abundó en la persecución de la Iglesia, la gracia abundó mucho más en la maravillosa conversión de Saulo de Tarso, a Pablo el apóstol de Dios.
Abunda el pecado para condenación, pero siempre sobreabunda la gracia para justificación. El pecado abunda para corrupción, pero la gracia sobreabunda para purificación. El pecado abunda para quebrantar la ley y abrir las puertas del juicio, pero la gracia sobreabunda para sanidad y restauración de los quebrantados. El pecado abunda para el encarcelamiento de nuestras almas, pero la gracia sobreabunda para la liberación de los cautivos. El pecado abunda para el consumo de nuestras vidas, pero la gracia sobreabunda para la extinción del fuego. El pecado abunda para el asesinato, la masacre y la muerte de nuestra gente, pero la gracia sobreabunda para la vida, la luz y la resurrección. “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”[Romanos 6:23]. La abundante gracia de Dios.
Pablo escribe sobre este tema de otro modo, como una obra, un acto de amor y de misericordia que Dios ha hecho con perfección y completamente, maravillosamente y hermosamente por nosotros. Fijémonos en cinco verbos aoristos aquí, cuando Pablo habla de lo que Dios ha hecho por nosotros en 2 Timoteo 1, versículos [8], 9 y 10. Un verbo aoristo en griego es algo que ocurre en el pasado en un momento puntual. Dios lo hizo.
“El evangelio según el poder de Dios”… y viene el primer verbo: “Quien nos salvó”. Segundo verbo: “…y llamó…”; tercer verbo: “…la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús…”; cuarto verbo: “El cual quitó la muerte…”; y el quinto: “…y sacó a la luz la vida y la inmortalidad”. Todos estos verbos, los cinco, son participios aoristos.
El primero, sosantos, de sozo: “entregar, salvar”; el segundo, kalesantos, un participio aoristo de kaleo llamar; el tercero, dotheisan, un participio aoristo de didomi, “dar, otorgar”; katargesantos, un participio aoristo de katargeo, “hacer algo inútil, renegar, anular”; y el último, photisantos, la palabra “fotografía” viene de aquí, de photizo, y significa “revelar, traer a la vida.” Todos ellos son verbos aoristos. Estas cosas fueron hechas, Dios las hizo en un momento puntual.
Él nos salvó. Él nos llamó. Él nos dio la gracia en Cristo Jesús. Abolió para nosotros la muerte y trajo la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio.
¿Os dais cuenta que es algo que Dios hizo? ¿Dios lo hizo? Siempre. Jonás lo expresó así. Allí abajo en el vientre del gran pez, impotente, ¿cómo podía ayudarse a sí mismo? En el vientre del gran pez Jonás oró y, en la última frase de su oración, en Jonás 2 versículo 9, dice: “La salvación es de Jehová”.
Indefenso y desesperado, Jonás oró: “La salvación, la liberación es del Señor”. Dios lo hizo. Pablo escribió en Tito 3:5 así: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia”. La salvación es de Jehová. Es algo que Dios hace por nosotros.
No podemos salvarnos a nosotros mismos. La creación no se crea a sí misma. Solo en las mentes confusas de los evolucionistas, de los pseudocientíficos algo viene de la nada, la materia innata crea a la personalidad humana. La creación no puede crearse a sí misma. Dios lo hizo.
Los muertos no pueden levantarse. Están irremediablemente postrados en la corrupción. Tampoco puede un pecador perdido salvarse a sí mismo. Él tiene que ser salvado por la misericordia y la gracia de Dios. Dios tiene que hacerlo. Todos nuestros esfuerzos y todas nuestras buenas obras no pueden ser suficientes para librarnos del juicio y la pena de muerte.
Las buenas obras son una consecuencia, no la causa de nuestra salvación. Simplemente alabamos a Dios y tratamos de servirle por lo que Él ha hecho por nosotros, pero no podemos salvarnos a nosotros mismos. Y ¿veis que es un verbo aoristo pasado? ¿Es algo que Dios hizo? Lo hizo total y completamente.
Nunca somos salvos en parte por lo que Jesús hizo y en parte por lo que nosotros hacemos. Somos salvos por completo, total y absolutamente por la amorosa misericordia, la gracia y el tierno cuidado de Jesús nuestro Señor. Esto es algo extraordinario. Cuando vemos a un hombre que piensa que es salvo en parte por lo que Jesús hizo y en parte por lo que él hace, nunca ha confiado realmente y completamente en el Señor Jesús. Nuestra salvación depende totalmente de él.
Es como un hombre que va hacia el aeropuerto y dice: “Yo voy a confiar en que este avión va a volar”, pero mantiene un pie en el suelo. Él nunca va a volar. O confías o no. O vuelas en el avión o no vuelas en absoluto. No es en parte él y en parte yo. Es todo él.
Lo mismo sucede con nuestra salvación. La salvación es un compromiso total y una confianza completa, una entrega y una rendición total a la amorosa gracia y misericordia de Dios. Él lo hace. Frente a la sentencia de muerte y frente al gran día de ajuste de cuentas: “Soy demasiado débil. Soy impotente. No estoy capacitado”; como oró Jonás: “…debes salvarme.” Ese tiene que ser Dios.
Ningún hombre mediante la lucha puede salvarse a sí mismo, liberarse de la sentencia de muerte. Dios tiene que levantarlo. Dios tiene que liberarlo. Es totalmente un asunto de Dios. Dios lo hace, la abundante gracia de Dios. Y en Su misericordia, el Señor bajó y nos salvó. Él nos ha liberado. Él ha pagado nuestra deuda. Él ha cubierto las demandas de la ley que habíamos roto. Él nos ha hecho libres. Él nos ha perdonado. Él nos ha salvado. Dios lo hizo.
Inexorable, la justicia eterna nos espera a todos nosotros. El salario de la pena por nuestro pecado y error se ve en este vasto cementerio que llamamos mundo. Es un lugar en el cual enterrar a nuestros muertos. Y más allá de ese vasto cementerio y sus alrededores, hay un muro enorme y una gran puerta de hierro. Detrás de esa pared y detrás de esa puerta de hierro está la raza agonizante de la humanidad, pecando y pagando la pena del pecado en la muerte. Justicia, justicia, justicia.
La misericordia viene y se detiene delante de esa pared y de esa puerta de hierro, suplicando “¡Oh!”, llora, “si pudiera pasar por esta puerta, e ir entre las personas que mueren y enjugar sus lágrimas. Yo podría apaciguar sus dolores, podría ser para ellos vida, luz y resurrección”. Y pregunta a la justicia: “¿Puedo entrar? ¿Vas a abrir la puerta para mí? ”
La justicia responde con firmeza al llanto de la misericordia: “No, la ley se ha roto. El crimen exige un castigo. Una de dos, o ellos mueren o la justicia muere”. Eso es justicia. “La paga del pecado es la muerte” [Romanos 6:23]. “Y el alma que pecare, esa morirá” [Ezequiel 18:4,20]. Eso es la justicia, pagar la multa por violar la ley de Dios.
Una embajada de ángeles en una misión celestial alza la vista y ve a la misericordia llorando a la puerta de hierro, y la justicia de pie para protegerse. Los ángeles se detienen en su misión de embajadores y preguntan: “Misericordia, ¿por qué lloras?” Y ella responde: “Porque la justicia no abre la puerta para que yo pueda entrar para confortar, calmar, llevar esperanza y vida”.
Entonces, los ángeles dicen a la justicia: “¿Por qué no abres la puerta y dejas que la misericordia entre y ayude a estos pobres de la raza humana?” Y la justicia responde: “Han violado la ley y la ley debe cumplirse. Una de dos, o ellos mueren o la justicia muere”.
Entonces, del grupo de ángeles, uno da un paso adelante, semejante al Hijo de Dios, y viniendo a la justicia le dice: “¿Qué demandas?” Y la justicia responde: “Tengo que defender las leyes, o bien el universo se desintegrará. Las leyes físicas se deben tener en cuenta, o se pagará la pérdida de gravedad, pérdida de fuego, pérdida de movimiento explosivo. Las leyes espirituales y morales también deben ser respetadas”. Cuando la ley de Dios se rompe, se debe aplicar una sanción, y una deuda debe ser pagada.
El Hijo de Dios dice: “¿Son estas tus demandas? Entonces yo voy a pagar la deuda”. Y cuando Jesús dijo eso, yo recordé las riquezas de nuestro Señor en gloria. Él exclamó: “Voy a satisfacer las reclamaciones”, entonces yo recordé el versículo: “Dios verá el trabajo de Su alma, y quedará satisfecho” [Isaías 53:11]. Por eso un día, en una colina llamada Calvario, la justicia y la misericordia están esperando el pago.
Fue un día único, interpretado por cada sacrificio, cada cordero que jamás fue inmolado. Ese fue un día profético desde el principio de la gracia. “El Señor pondrá en él el pecado de todos nosotros” [Isaías 53:6]. Y de acuerdo con el momento exacto en la conclusión de la sexagésimo novena semana de Daniel, en la cima de una colina llamada Gólgota, el lugar de la calavera, la justicia dice a la misericordia: “¿Dónde está el Hijo de Dios?” Y la misericordia responde: “He aquí, a los pies de la colina Él viene, cargando su cruz, seguido de Su iglesia llorando”.
El Hijo de Dios viene a la justicia y la justicia tiene en sus manos las leyes y los reglamentos, así como las sanciones y los juicios en contra de nosotros. El Hijo de Dios se los coge y son clavados en la cruz. Entonces, la justicia exige que la muerte venga a consumir el sacrificio. Y la muerte responde: “Ya vengo. Y después de que consuma este sacrificio, voy a consumir y matar a todo el mundo”.
Así que la muerte desciende sobre la ofrenda, el sacrificio, el Cordero de Dios y consume las ordenanzas y las leyes, los mandamientos y los juicios, las sanciones, es decir la muerte consume la humanidad del Hijo de Dios. Pero cuando la muerte toca su deidad, su santidad, la justicia del Hijo de Dios consume a la muerte como un hombre tocado por un rayo, entonces la muerte es vencida.
A pesar de la oscuridad de esa hora, una luz comenzó a brillar. El temblor de la tierra, abrió las tumbas de los muertos; y en un hermoso domingo, la mañana de Pascua, el primer día de la semana, el Hijo de Dios se alzó victorioso. Cuando la misericordia lo vio se echó a llorar de alegría. Y cuando lo vio la gracia, la gracia se desbordó y sobreabundó.
El evangelio del perdón y de la redención fue predicado por toda la tierra y proclamado en todo el mundo. El pecado recibió su golpe mortal, “y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego” [Apocalipsis 20:14]. Las puertas de la cárcel estaban abiertas y la puerta grande de hierro también, por ella pasan las multitudes. La inmortalidad y la resurrección caminaban entre las tumbas de los muertos. Y mientras la multitud salía en masa de la prisión, el osario de la muerte, la pena, la desesperación y el juicio, cantaban una canción, una canción de alabanza y victoria infinita:
El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.
[Apocalipsis 5:12-14]
Nuestra salvación es un don de la gracia y la misericordia de Dios. Es algo que Jesús ha hecho por nosotros. Él pagó nuestra deuda. Él nos ha liberado del osario de la muerte. Él nos ha levantado de entre los muertos. Y en sus manos están los dones de la vida y el amor, la bendición del cielo eterno y para siempre.
Es por eso que cantamos y alabamos al Señor, y nos postramos en su presencia y le amamos, le adoramos por los siglos de los siglos. Somos los hijos de su gracia, las ovejas de su prado, el pueblo de su familia redimida. Somos los amados de Nuestro Señor, la gracia abundante de Dios. ¿Permaneceremos juntos?
¡Oh, nuestro Señor! ¿Qué corazón puede hacer otra cosa que inclinarse en adoración? ¿Qué boca puede hacer otra cosa que expresar alabanzas de agradecimiento y gratitud? ¿Qué alma puede hacer otra cosa que amar a Dios? Por lo que Jesús ha hecho por nosotros.