La Maravilla de Jesús

La Maravilla de Jesús

March 8th, 1981 @ 10:50 AM

LA MARAVILLA DE JESÚS Dr. W. A. Criswell Mateo 8:24-27 3-08-81   10:50 a.m.     Os habla el pastor con un mensaje de la serie doctrinal sobre Cristología, la doctrina de Cristo nuestro Señor. En esta larga serie, el último día concluimos la sección en...
Print Sermon

Related Topics

Downloadable Media
Share This Sermon
Show References:
ON OFF

LA MARAVILLA DE JESÚS

Dr. W. A. Criswell

Mateo 8:24-27

3-08-81   10:50 a.m.

 

 

Os habla el pastor con un mensaje de la serie doctrinal sobre Cristología, la doctrina de Cristo nuestro Señor. En esta larga serie, el último día concluimos la sección en teología, el estudio de la teología correcta. Y hoy empezamos la serie sobre Cristo: la Cristología. El título del mensaje es: La Maravilla De Jesús.

Como texto base utilizaremos el capítulo ocho del libro de Mateo, el primer Evangelio, comenzando con el versículo 24, Mateo 8:24:

 

Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía.

Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!

Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza.

Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?

 [Mateo 8:24-27]

 

La maravilla de Jesús. De vez en cuando, me pregunto cómo sería, si yo también hubiera vivido en los días de su carne, si le hubiera visto, escuchado y observado. ¿Cuál hubiera sido mi reacción? Y ¿qué juicios habría hecho si le hubiese visto caminar a orillas del Mar de Galilea, en Israel?

En primer lugar, habría visto un hombre. Cuando fue llevado por Poncio Pilato a Herodes Antipas, Herodes pensó que iba a ver una especie de monstruosidad maravillosa. Pero cuando Cristo no dijo ni una palabra en respuesta a su pregunta, ni hizo ningún milagro asombroso en su presencia, en desacato, Herodes Antipas lo envió de nuevo a Poncio Pilato [Lucas 23:6-11].

Solo un hombre más. En esta historia que hemos leído, él está profundamente dormido en el barco. Incluso en medio de una tormenta, era un hombre [Mateo 8:24]. En el capítulo cuatro de este primer Evangelio, Él tiene hambre, después de haber ayunado cuarenta días [versículo 2]. En el cuarto capítulo del libro de Juan, él está cansado del viaje y se sienta junto al borde del pozo. Mientras está sentado allí, llega una mujer de Sicar para sacar agua del pozo y como él está sediento le pide agua [versículo 7].

Un hombre. En el capítulo once de ese mismo cuarto Evangelio de Juan, dice que lloró [versículo 35]. En varias ocasiones, se dice que nuestro Señor lloró  [Lucas 19:41]. Su corazón se llenaba de compasión por la gente. Fácilmente lloraba, y yo conozco bien eso.

Él era un hombre. Él vivió la vida de un hombre común, un hombre pobre. Trabajó con sus manos durante treinta años. Era carpintero de oficio. Fue después de treinta años, un predicador itinerante y un maestro, iba de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo. Cuando fue crucificado, fue crucificado desnudo. Nuestros artistas han sido muy amables y castos en las pinturas que han hecho de Él. Siempre está cubierto. Pero Él no fue crucificado cubierto. Él fue crucificado desnudo.

Un hombre. De las heridas por las espinas en la frente y de los terribles latigazos en la espalda, de los clavos de hierro en sus manos y de los golpes de lanza en su costado, sangró [Juan 19:16-34]. Él era un hombre. Y cuando murió, lo enterraron en un sepulcro fuera de las murallas de Jerusalén [Mateo 27:57-60]. Él era un hombre. Y si yo hubiera vivido en los días de su carne y lo hubiera visto, eso es lo que yo habría visto, un hombre.

Pero, hay algo más. Hay algo más, para el hombre que está aquí profundamente dormido. Cuando Él despierta, ordena, solo mediante la palabra de su autoridad, y la terrible tempestad y la tormenta se calman, los vientos y las olas cesan en su rugido [Mateo 8:24-26].

Un hombre, y algo más. Él era “un hambriento, ” pero luego se levanta y alimenta a cinco mil con el almuerzo de un niño pequeño. Un hombre, y algo más. Él lloró, se conmovió con el sentimiento de nuestras debilidades. Luego, más tarde, resucita a Lázaro de entre los muertos. Un hombre, y algo más. Cuando fue arrestado para ser crucificado en breve, Él dijo: “A mi orden hay doce legiones de ángeles”. Eso significa setenta y dos mil ángeles. Solo un ángel en los días de Ezequías aniquiló todo el ejército asirio de Senaquerib. Setenta y dos mil ángeles. Por eso, cuando ellos trataron de arrestarlo, cayeron hacia atrás. Un hombre, y algo más. Cuando Él fue crucificado y murió, y le pusieron en un sepulcro, al tercer día resucitó de entre los muertos, Jesús de Nazaret.

La maravilla del hombre. Tomo mi Biblia y levanto una hoja, una hoja. Y en este incomparable Evangelio de Mateo, en este breve relato, se ve la tremenda autoridad que Él tiene sobre la vida, las leyes y los poderes de la naturaleza. Mirémoslo. En el capítulo 8, versículo 3, un leproso viene y Él lo toca. Le toca, y la lepra se limpia por el toque de su mano. En el versículo 8, un centurión romano dice: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi criado sanará”.

Miremos de nuevo, en el versículo 15: La suegra de Simón Pedro está enferma con fiebre, le toca su mano y la fiebre la deja. Miremos el siguiente versículo: “Y cuando llegó la noche trajeron a él muchos endemoniados, y sanó a todos los enfermos” [Mateo 8:15-16].

Miremos el versículo 27: “Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?” Otra vez, en el relato siguiente. Estos dos feroces endemoniados que viven en las tumbas de Gadara, tan extremadamente feroces, que nadie se atreve a pasar por allí. Ellos son sanados y se sientan vestidos y en su sano juicio a sus pies [Mateo 8:28-34].

Miremos el capítulo 9: El hombre sanado que tenía una parálisis. Cuando la multitud lo vio, se maravilló y glorificó a Dios [Mateo 9:8]. En el versículo 18: Jairo, el jefe de la sinagoga, dice: “Mi hija acaba de morir”, y Él pone su mano sobre ella y ella vive [Mateo 9:18-19, 23-25].

 

Nuevamente, la mujer con flujo de sangre en el versículo 21: “Si tocare solamente su manto, seré salva”. Miremos de nuevo, en el versículo 30: Los dos ciegos, Él los tocó y se abrieron sus ojos. Y en el versículo 33: “La gente se maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel” [Mateo 9:33]. Este hombre, la maravilla de Jesús: Las mismísimas leyes de la naturaleza y de la vida humana estaban sujetas a sus órdenes.

Veamos de nuevo la maravilla de Jesús: Las palabras que utilizó para describirse a sí mismo son sorprendentes. Son increíbles. Él dice en Mateo 11:28-31: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar, soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas”. En otros labios, esas palabras serían impropias. Pero cuando Cristo dice “que soy manso y humilde de corazón”, de alguna manera encajan.

Miremos los términos que utiliza para describirse: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo les doy vida eterna y no perecerán jamás. Mi Padre que me las dio es mayor que todos. Yo y el Padre uno somos” [Juan 10:27-30]. O, de nuevo, en Juan 14:9: “El que ha visto a mí, ha visto al Padre”-Dios. O, de nuevo, en el versículo 6: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. “Yo soy”: sus palabras para describirse.

Cuando leíamos el Nuevo Testamento en griego y llegamos al capítulo 11 del libro de Juan, leímos: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” [Juan 11:25-26]. El profesor levantó la vista del texto y dijo al pequeño grupo de estudiantes que estaba a su alrededor: “Estas palabras son las más profundas que jamás se ha pronunciado en el habla humana”.

O nuevamente, en su juicio, el sumo sacerdote dijo: ” Te conjuro delante de Dios, que nos digas, ¿eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” [Mateo 26:63]. Y él respondió: “Yo soy. Y a partir de ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder, viniendo en las nubes de gloria” [Marcos 14:62]. No es de extrañar que el sumo sacerdote rasgara sus vestiduras, y no es de extrañar que los escribas, el Sanedrín, los doctores de la ley y los estudiantes levitas dijeran: “Él blasfema”  [Mateo 26:65-66; Marcos 14:63-64]. “Jamás hombre alguno había hablado como ese hombre” [Juan 7:46].

Comparemos las palabras de nuestro Señor con las de Moisés, o Isaías, o Platón, o Aristóteles, o Buda, o Confucio, o Mahoma. Ellos eran conscientes de que estaban apuntando a la verdad. Él dice: “Yo soy la verdad”  [Juan 14:6]. Ellos dijeron que eran los mensajeros de Dios. Él dice: “Yo soy el mensaje en sí” [Juan 6:51]. Ellos eran conscientes de ser portadores de la antorcha. Él dice: “Yo soy la luz del mundo”. Ellos discurrieron sobre la inmortalidad. Él dice: “Yo soy la resurrección y la vida” [Juan 11:25]. Cuando un hombre quiso conocer el camino a la vida eterna, Él le dijo: “Sígueme” [Mateo 19:16, 21]. Cuando uno pidió que le permitiera ver a Dios el Padre, Él le dijo: “¿No me has visto?” [Juan 14:8-9]. “Nunca un hombre habló como este hombre.” Ellos pensaban que estaban apuntando a la verdad. Él dijo: “Yo soy la verdad” [Juan 14:6]. De la visión de Dios, dijeron: “La hemos encontrado”. Él dijo, “Yo soy la visión en sí misma”. Del apoyo espiritual para la humanidad, ellos dijeron: “Lo hemos descubierto”. Él dijo: “Está en mí”. “Nunca un hombre habló como este hombre.” No es de extrañar que cuando lo oyeran sus enemigos, lo mataran. Pero cuando los discípulos lo oyeron, se postraron a sus pies y le adoraron.

El cristianismo, la fe cristiana, no surgió de la escuela de un filósofo o del libro de texto de un académico, ni tampoco surgió de un sistema eclesiástico, ni de una reforma social o política. Surgió de los corazones de los hombres que se habían encontrado cara a cara con Jesús, el Cristo. Y nunca fueron los mismos.

La maravilla de Jesús. Consideremos los recursos espirituales de Su mandato. En el noveno capítulo del libro de Mateo le traen un enfermo de parálisis, Él se dirige al enfermo y le dice: “Hijo, tus pecados te son perdonados” [Marcos 2:5]. Los que estaban allí dijeron en sus corazones: “Este blasfema, porque nadie puede perdonar pecados, sino Dios”. Y sabiendo lo que pensaban en sus corazones, el Señor Jesús les respondió: “…que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados. ¿Qué es más fácil decir, tus pecados te son perdonados, o levántate y anda? ¿Queréis probarlo? ¿A algún hombre le gustaría probarlo? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados”, dice al paralítico:”Levántate, toma tu lecho, y anda” [Marcos 2:8-9]. Y el paralítico se levantó, llevó su lecho y caminó [Mateo 2:10-12].

El poder sublime, el derramamiento, el abundante balance entre la fuerza moral y la fuerza espiritual, en Jesús el hombre. En sí mismo, puro, santo y sin mancha, y para los otros, capaz, poderoso. Al que tiene sed: “Venid a mí” [Apocalipsis 22:17]. Al que tiene hambre: “Yo soy el pan de vida” [Juan 6:35]. Para nosotros que estamos perdidos, Él es el Gran Pastor [Juan 10:11, 14]. Para nosotros que estamos enfermos, Él es el Gran Médico [Mateo 9:12; Lucas 4:23].  Y para nosotros que somos pecadores, Él es el Gran Salvador y Liberador: El poder espiritual que reside en el alma del hombre.

Miremos de nuevo. La maravilla de Jesús: Su grandeza esencial, suprema. El gran diferente, único, incomparable. Un historiador romano, Tácito, le descartó con una frase. Un escritor satírico griego, Lucian, se excusó con una sonrisa burlona. Pero el veredicto de los siglos ha sido: Fue una civilización ciega, fue una cultura insensible y un sistema ético religioso ignorante que no reconoció en él al Hijo de Dios.

Su grandeza esencial e inherente: Un hombre es grande de acuerdo con la prueba, el juicio y los criterios de dos categorías. Número uno, la influencia que tiene sobre la humanidad y dos, su bondad esencial e inherente, porque ningún hombre es realmente grande si no es esencialmente bueno. Según estas dos pruebas, Jesús es superior a toda la humanidad.

La primera prueba: La influencia que ha tenido sobre la historia humana. No hay nadie como Él. Nuestro Señor ha hecho más para aliviar y suavizar la brutalidad de la humanidad que todas las escuelas de filosofía, todas las inquisiciones de los moralistas y toda la agitación de los reformadores desde el principio del mundo.

La influencia de este hombre, la maravilla de Cristo Jesús, en su vida y en su ministerio. Todos los dioses de Grecia y de Roma desaparecieron. Cuando Él vivía, en todo collado alto de la tierra, el humo de los sacrificios ascendía desde los altares de los hombres. Yo no creo que en la tierra, hoy en día, haya un altar de sacrificios en ninguna colina alta del planeta. El increíble poder de ese hombre, que pudo derrocar el sistema tan religioso del mundo civilizado, es Jesús. La nobleza, la santidad y la pureza de su vida, sus enemigos las vieron de cerca, maliciosamente, con saña; y lo máximo que pudieron decir acerca del Señor fue lo siguiente: “Este hombre es amigo de publicanos y pecadores”  [Mateo 11:19].

Él es el único, es algo aparte y separado. No hay nadie como él. Cuando vemos su nombre en una larga lista de los supuestamente grandes de la tierra, comenzando por Confucio y continuando por Goethe, cuando lo vemos, instintivamente sentimos que no es un asunto contra la ortodoxia sino algo en contra de la decencia. No se clasifica al Señor Jesús con Goethe o con un Dante, un Homero o un Mahoma o Buda. Él es separado y aparte.

Pero todavía hay más: La maravilla de su influencia sobre la vida humana y el carácter humano en la actualidad. Él es el Señor de la conciencia y de la experiencia humana. Hay mucho más de Jesús que solo el Cristo de la historia.

Lo que hizo hace 2000 años es de importancia y significado eterno. Pero nuestro Señor es más que una figura histórica. Él sale de cada libro, de cada historia, de cada sermón, fuera de todo discurso, y está vivo ante nuestros ojos. Se levanta de la tumba del tiempo y del lugar, y Él está más vivo hoy en día de lo que nunca lo estuvo, este Jesús.

Al igual que Saulo de Tarso, respirando amenazas y masacre contra los discípulos del Señor de repente, ahí está en el camino. Herido y ciego, los gritos del archiperseguidor de la iglesia: “¿Quién eres, Señor? ” Y la figura resucitada, inmortalizada, glorificada y contemporánea responde: “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues” [Hechos 9:1-5; 22:8]. ¿Cuántos de nosotros íbamos por el camino que habíamos elegido y de repente nos encontramos con Él y nunca más ese camino ha sido el mismo?

Ingersoll, en este último siglo, el brillante orador número uno e infiel de los Estados Unidos de América, viajaba en tren con Lew Wallace, gobernador del Territorio de Nuevo México. Bob Ingersoll dijo al general Lew Wallace: “¿Por qué no lees la vida de Cristo y escribes un libro mostrando su evidente, poco profunda y falta de autoridad y propósito, es decir la baratija de la fe?”. El gran general pensó que lo haría. Leyó, estudió y finalmente se postró ante la convincente presencia y poder del Señor, y escribió su libro. Se titula Ben Hur, y entre paréntesis, Una Historia del Cristo.

Mirémosle a Él. Leamos sobre él. A ver si no prueba la conciencia y convierte el alma. Él es el Señor de la Biblia. Él es el Señor de la Iglesia. Él es el Señor de mi padre y de mi madre. Y Él es mi Señor, mi Salvador y mi Dios. La maravilla de Jesús.