El Fundamento de la Fe

El Fundamento de la Fe

September 28th, 1980 @ 8:15 AM

EL FUNDAMENTO DE LA FE Dr. W. A. Criswell Isaías 8:19-20 09-28-80  8:15 a.m.   Es un placer dar la bienvenida a los miles de oyentes de la radio que estáis compartiendo con nosotros la gloriosa comunión de la Primera Iglesia Bautista en Dallas. Os...
Print Sermon

Related Topics

Downloadable Media
Share This Sermon
Show References:
ON OFF

EL FUNDAMENTO DE LA FE

Dr. W. A. Criswell

Isaías 8:19-20

09-28-80  8:15 a.m.

 

Es un placer dar la bienvenida a los miles de oyentes de la radio que estáis compartiendo con nosotros la gloriosa comunión de la Primera Iglesia Bautista en Dallas. Os habla el pastor con el segundo mensaje en la serie de bibliología, la doctrina de la Biblia, que se titula El Fundamento de la fe.

Vamos a seguir tres textos, para empezar. El primero se encuentra en Isaías 8. Isaías capítulo 8; en este mensaje titulado El Fundamento de la Fe, un mensaje sobre Bibliología, sobre la Palabra de Dios. Isaías capítulo 8, versículos 19 y 20:

“Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos?

¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido”.

[Isaías 8:19-20]

 

¡Menuda observación! Desde que la humanidad existe, en momentos de dificultad y de prueba, de angustia y crisis, la gente ha recurrido a los astrólogos y nigromantes, es decir, a personas que pueden comunicarse con los muertos y con adivinos, todo esto está prohibido por la Palabra y la ley de Dios. El Señor dice en este pasaje, que en el día de nuestra crisis y la necesidad hemos de recurrir a la ley y al testimonio, debemos encontrar nuestras respuestas en la Palabra de Dios, no de los astrólogos, adivinos y nigromantes. Tenemos que pedirle a Dios la razón, y Dios nos hablará y nos dirá por qué. Ahora ¿no es algo extraordinario? El Señor ha prometido en Su Palabra que nos dará la solución a todos nuestros problemas y la fortaleza en todas nuestras necesidades.

Nuestro segundo texto se encuentra en Isaías 55, comenzando en el versículo 10, Isaías 55, versículos 10 y 11:

“Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come,

así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”.

[Isaías 55:10-11]

 

La Palabra de Dios nos es revelada con un propósito. Hay un plan para nuestras vidas, y eso incluye el destino del mundo entero. Y la Palabra de Dios es enviada para lograr ese propósito celestial y electivo. Él dice que la Palabra de Dios es capaz de hacerlo, y lo hace: “Esta logra aquello para lo que la he enviado, y prosperará aquello por lo que la he elegido” ¿No es algo extraordinario la Palabra de Dios? Hay un ejemplo maravilloso de esto: la lluvia que Dios hace descender del cielo, cumple el propósito de Dios. Él lo usa como una ilustración del cumplimiento de la Palabra de Dios que se envía al corazón humano, a la familia humana, a la raza humana. La Palabra de Dios es capaz de hacerlo y Él usa esta ilustración de la lluvia. Todos los días, en algún lugar de esta tierra, la lluvia, la lluvia de Dios, se está convirtiendo en flores, la lluvia de Dios está convirtiendo tierras de cultivo en campos de trigo. La lluvia de Dios está convirtiendo huertos de árboles frutales en fruta deliciosa y madura. La lluvia de Dios está convirtiendo pastos áridos y secos en prados verdes. Dios hace eso. Nosotros no, Dios lo hace. Y Él lo usa como una ilustración de lo que Su Palabra hace: da vida, luz, esperanza y respuestas a la gente.

En el capítulo cuarenta y siete de Ezequiel hay una de las más conmovedoras ilustraciones e historias de toda la Biblia. Ezequiel ve un río de vida saliendo del trono de Dios en el santuario en el templo de Jerusalén. Y fluye hacia el Mar Muerto. Y mientras lo ve, dice:”Todo vive donde viene el río” [Ezequiel 47:9]. Esa es la Palabra de Dios: trae vida adonde quiera que toque, y se cumple el propósito para el cual Dios lo ha enviado.

Ahora, no es necesario recurrir a esto, solo es una pregunta en Jeremías 37:17. El último rey de Judá fue Sedequías. Fue encerrado en Jerusalén por los conquistadores y aplastantes babilonios, y envía preguntar a Jeremías: “¿Hay palabra de Jehová?” Y Jeremías respondió: “Hay”. ¿Dios nos habla? ¿Tiene Dios algo que decirnos? ¿Hay una palabra del Señor? Y Jeremías dice: “Hay”. Y hay, es un ciego que no quiere ver, es un sordo que no quiere oír, es un corazón insensible que no es sensible a las palabras que Dios habla en todas partes. ¿Hay una palabra del Señor? La hay. Dios nos habla. Dios nos habla en la creación que nos rodea. El salmista dijo: “Un día emite palabra a otro día y una noche a otra noche declara sabiduría” [Salmos 19:2]. Los cielos lo declaran, las estrellas son elocuentes, el mundo que nos rodea nos habla en el lenguaje de Dios. El Señor nos habla por encima de nosotros, alrededor de nosotros, en nosotros, en todas partes. “¿Hay palabra del Señor?”

Dios nos habla en la historia humana. Especialmente y concretamente lo vemos en los juicios de Dios sobre las naciones. Cuando Isaías preguntó al Señor sobre la llegada de los asirios que habían devastado Judá, llevado a Israel a la cautividad y destruído Samaria, Dios respondió a Isaías, diciendo: “Asiría es la vara de mi ira, y el bastón de mi indignación” [Isaias 10:5]. Cuando Habacuc preguntó a Dios sobre los babilonios, aquellos caldeos que llegaron y finalmente destruyeron Judá, el templo santo y la nación en cautiverio, el Señor respondió a Habacuc y le dijo: “Yo les he establecido para el juicio, y los ordené para su corrección” [Habacuc 1:12]. Dios habla en la historia. Me sorprende que después del vigésimo tercer capítulo del Evangelio de Mateo, cuando el Señor denuncia el liderazgo y el pueblo de Judá, inmediatamente después de esto es el gran discurso apocalíptico del capítulo 24, cuando nuestro bendito Señor anuncia la destrucción final de Jerusalén y la destrucción de la nación. Dios nos habla en la historia.

Dios nos habla en nuestra conciencia. En el segundo capítulo de Romanos versículo quince, el Señor dice que Su ley está escrita en cada corazón. No hay hombre creado a imagen y semejanza de Dios que no tenga esa sensibilidad moral dentro de él. Hay algo en la vida de Charles Darwin, quien fundó y promulgó la teoría de la evolución, que me dejó impresionado. En su viaje alrededor del mundo en el Beagle, un pequeño barco inglés, allá abajo en el extremo sur de América del Sur en un pequeño territorio llamado Tierra del Fuego, en la punta, allí vio a gente tan perversa, tan vulgar que Charles Darwin dijo: “he encontrado el eslabón perdido entre el animal y el hombre. Estas personas son infrahumanas. No tienen conciencia ni sensibilidad moral. “Eso es lo que dijo Charles Darwin. Y cuando la gente de Londres oyó esto, la Church Mission Society de Londres envió misioneros a la Tierra del Fuego y los ganó para Cristo. Y se convirtieron en un pueblo maravilloso y honrado, tanto es así que en el asombro de Charles Darwin, se convirtió en un colaborador habitual de la Church Mission Society que había ganado esa gente para Cristo. La ley de Dios está en nuestros corazones y Dios nos habla. No hay ninguna tribu o familia a la que Dios no hable en el corazón, en el interior del alma, en la conciencia.

Y Dios nos habla en las providencias de vida. Cuando nace un bebé, Dios está hablando a esa familia. Cuando llega la enfermedad, Dios nos está hablando en nuestras enfermedades. Y cuando llega la muerte, Dios nos está hablando. Oí de un hombre rico cuyo único hijo murió. Y a partir de entonces cada noche entraba en su biblioteca, cerraba la puerta y leía la Biblia. Y mientras él estaba en el trabajo, su esposa, curiosa por ver lo que estaba leyendo, tomó su Biblia, y en cada lugar en esas páginas sagradas donde Dios decía algo acerca del cielo, él lo había subrayado con un lápiz rojo. Dios nos habla en la Santa Palabra. Y este es el corazón del testimonio de nuestro Señor: Él nos habla en la Biblia, el fundamento de la fe.

El libro maravilloso e incomparable de Hebreos, la carta a los Hebreos, comienza así: “Dios, Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras habló en otro tiempo a los padres… en estos postreros días nos ha hablado por Su Hijo.” Dios nos habló por los profetas, y Dios nos habla por el Hijo. Y el registro de las declaraciones de la dirección de Dios en los profetas y en el Hijo, lo tengo aquí en mi mano, en el infalible e inerrante registro llamado Santa Biblia. Dios nos habla en su Palabra.

Tengo una imagen eterna del Señor Jesucristo. Es esta: nuestro Señor con una Biblia en su mano. Cuando vino a Nazaret, en el cuarto capítulo de Lucas, para comenzar su ministerio público, le dieron a él un rollo, un rollo del profeta Isaías y leyó en la Santa Palabra de Dios. Ese es nuestro Señor. Su ministerio victorioso estaba fundado sobre la inerrante, infalible Palabra de Dios. Él venció a Satanás con un “Escrito está”, y citó la Palabra de Dios  [Mateo 4:4]. Él habló a los fariseos sin miedo: “¿Qué dicen las Escrituras?” Se enfrentó a la impresionante muerte expiatoria en la cruz con la explicación de:”¿Cómo si no se cumplirían las Escrituras?” Y cuando supo de la inevitabilidad de su muerte, lo explicó a sus discípulos, diciendo: “Y al tercer día, el Hijo del hombre se levantará de nuevo” [Lucas 26:54]. Hay una profecía maravillosa en Oseas 6, versículo 2, que está en sus labios, resonando en sus oídos, cuando se enfrenta a la muerte en la cruz: “y al tercer día resucitará.” ¡Qué consuelo y qué fuerza encontramos en nuestro Señor, en su vida victoriosa, en Su muerte maravillosa, y en Su seguridad de que al tercer día resucitaría. ¿Por qué? Porque los profetas así lo dijeron.

Y lo más sorprendente, para mí, de todas las cosas que he leído en la vida de nuestro Señor es lo siguiente: en el capítulo veinticuatro de Lucas, el último capítulo del tercer evangelio, comenzando en el versículo 25: ” Entonces él les dijo…”no sabían que era Jesús, él era un extranjero desconocido. “Entonces él les dijo:” lo tenemos traducido,” ¡Oh insensatos, y tardos de corazón, anoetos, oh no entendidos, oh no pensantes”,

“Insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!  ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria?

Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”

[Lucas 24:25-27]

 

Mirad esto. Miradlo detenidamente: “Insensatos y tardos de corazón para creer todo”, ¿todo de qué ¿Todo lo que el ángel había dicho en la tumba? No. ¿Tardos de corazón para creer lo que las mujeres habían testificado cuando dijeron que la tumba estaba vacía? No. Tardos de corazón para creer todo, ¿todo el qué? ¿Todo lo que Simón Pedro había testificado y Juan había dicho cuando entraron en la tumba vacía? No. “Insensatos y tardos de corazón para creer todo” ¿qué? “Lo que los profetas han dicho.”

¿No es algo extraordinario? Antes de que los ángeles susurraran: “No está aquí, pues ha resucitado de entre los muertos. Venid a ver el lugar donde Él yacía” [Marcos 16:6]; antes de que las mujeres dijeran, “Le hemos visto. Le adoramos a sus pies”  [Mateo 28:7-10], antes de que los discípulos exclamaran al mundo:” Él está vivo. Él ha resucitado, “los profetas habían dicho: “Al tercer día resucitará” Qué cosa tan extraordinaria. Es el testimonio de la Palabra de Dios que es la confirmación definitiva de la resurrección de nuestro Señor, y el evangelio vivo de nuestro Salvador.

Ahora, miremos de nuevo, en el capítulo veinticuatro del Evangelio de Lucas. Comenzando en el versículo 36 Él aparece a Sus apóstoles, Él está de pie en medio de ellos, y le dice:”¡Paz a vosotros!”

Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu. Pero él les dijo:

¿Por qué estáis turbados y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy. Palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo.

Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Pero como todavía ellos, de gozo, no lo creían y estaban maravillados, les dijo:

— ¿Tenéis aquí algo de comer?

Entonces le dieron un trozo de pescado asado y un panal de miel. Él lo tomó y comió delante de ellos.

Luego les dijo:

—Estas son las palabras que os hablé estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras;  y les dijo:

—Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos al tercer día”.

[Lucas 24:36-46]

 

Es impensable para mí, y casi imposible de creer. El Señor está allí de pie, y les está mostrando las cicatrices en sus manos y en sus pies, y en Juan, la cicatriz en su costado, y les dice: ” Palpad y ved que soy yo el mismo.” E inmediatamente, inmediatamente dice: “Así está escrito,” y Él les muestra, y les abre el entendimiento, de la ley, la ley de Moisés, en los profetas y en los escritos, en toda la Biblia: ” Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos,” la gran confirmación es el testimonio de la Palabra de Dios, el fundamento de la fe.

Los ojos de un hombre le pueden engañar. El tacto de un hombre podría inducirle a error. El oído de un hombre puede ser ilusorio. Pero la segura Palabra y el testimonio de Dios permanecen para siempre. El fundamento de la fe no es lo que un hombre ve, no es lo que un hombre escucha, no es lo que el hombre toca, el fundamento de la fe es la seguridad eterna del testimonio y la Palabra de Dios.

Cuando Pablo compareció ante Agripa defendiendo la causa de Cristo, ¿recordáis lo que dijo?: “Oh rey Agripa, ¿crees en los profetas? ¿Crees a los profetas, la Palabra de Dios, el testimonio de las Sagradas Escrituras?” [Hechos 26:27]. y en la definición del evangelio en 1 Corintios capítulo 15, estas son las palabras: “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos. “¿Qué es? Escucha: “Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” [1 Corintios 15:1-4].  Por las Escrituras Pablo dice que Jesús vivió. Por las Escrituras, Pablo dice que Jesús murió. Por las Escrituras, Pablo dice que Jesús fue resucitado de entre los muertos. La seguridad y el fundamento de la fe se encuentran en la Palabra de Dios inmutable e inalterable. Y toda la presentación de la verdad es así, esa es la razón por la que os dije que leyerais el pasaje en [2] Pedro hace un momento. Pedro dice: “Nos quedamos con él en el monte santo, y vimos Su deidad que brillaba” [2 Pedro 26:27]. La transfiguración de nuestro Señor, glorioso, Dios, como Juan lo vio en el primer capítulo del Apocalipsis, “Su rostro brilla por encima del sol” [Apocalypsis 1:16].

“Nosotros lo vimos”, dice Simón Pedro, “y oímos la voz de Dios, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Nos pusimos de pie en el monte, lo miramos, lo vimos, oímos la voz del testimonio de Dios con nuestros oídos” [2 Pedro 1:17-18]. Y luego el siguiente versículo dice:” Pero tenemos una palabra profética más segura.” Más allá de lo que sus ojos habían visto, más allá de lo que sus oídos habían escuchado, Simón Pedro dice: “el fundamento más seguro de nuestra convicción y nuestra fe es la inmutable Palabra de Dios” [2 Pedro 1:19].

Todas estas cosas me asombran. Es la Palabra de Dios, en última instancia, la que proporciona la gran base fundamental sobre la que se construye nuestra fe. Dios lo dijo, inmutable y verdadera para siempre. El Señor lo dijo. Yo lo creo. Y en esa seguridad descansa mi alma, vivo mi vida, me dirijo a la hora de mi muerte y levanto mi rostro a la hermosa ciudad de oro que Dios ha preparado para los que le aman. Es una seguridad maravillosa. Es un consuelo incomparable. Es una preciosidad que Dios ha entregado en nuestras manos, el fundamento de la fe.