La Entrada de Nuestro Señor al Cielo

La Entrada de Nuestro Señor al Cielo

June 28th, 1981 @ 8:15 AM

Efesios 4:8-10

LA ENTRADA DE NUESTRO SEÑOR AL CIELO Dr. W. A. Criswell Efesios 4:8-10 6-28-81 8:15 a.m. El sermón de esta mañana se titula: La Entrada de Nuestro Señor al Cielo. Un sermón dentro de nuestra serie Grandes Doctrinas de la Biblia, en la sección de Cristología. La...
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LA ENTRADA DE NUESTRO SEÑOR AL CIELO

Dr. W. A. Criswell

Efesios 4:8-10

6-28-81 8:15 a.m.

El sermón de esta mañana se titula: La Entrada de Nuestro Señor al Cielo. Un sermón dentro de nuestra serie Grandes Doctrinas de la Biblia, en la sección de Cristología. La entrada de nuestro Señor al cielo, el ascenso de Cristo a la gloria. Nos enfocaremos en el cuarto capítulo del libro de Efesios, versículo 8 a 10:

 

Por lo cual dice [el Espíritu Santo por medio de Isaías, a través del salmista]: “Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres”. Y eso de que ‘subió’, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo.

[Efesios 4:8-10]

Especialmente, veremos el versículo que dice: «Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad y dio dones a los hombres».

Hay ocho magníficas etapas en la vida de nuestro Señor:

·          su eterna preexistencia en el cielo [Juan 1:1]

·          su descenso a la tierra por medio de la virgen quien le dio a luz [Mateo 1:23-25]

·          su poderoso ministerio en palabra y obras [Hechos 2:22]

·          su muerte expiatoria, su resurrección de entre los muertos [Mateo 28:5-7]

·          su ascensión a los cielos [Hechos 1:9-10]

·          su retorno, algún día, en gloria triunfal [Apocalipsis 1:7]

·          y por último, su etapa final como Rey y Señor del cielo y de la tierra [Apocalipsis 21,22].

De estos ocho eventos en la vida de nuestro Señor, esta mañana observaremos el sexto: el ascenso al cielo de nuestro Señor.

Estas ocho poderosas etapas son como la escalera de Jacob al cielo, al cielo de los cielos [Génesis 28:12-13]. No el cielo donde los pájaros vuelan y sobre el cual se posan las nubes; no el cielo donde las esferas siderales, la Vía Lactea y las estrellas, brillan; sino el tercer cielo, en donde Dios tiene su trono  [Lucas 24:50-51; Hechos 1:9]. Y nosotros seguiremos Su ascención tal como la vemos desde la tierra, tal como los angeles la observaron desde el cielo, tal como los santos del Antiguo Testamento aguardaron la promesa y como la iglesia del Nuevo Testamento recibió al Señor en deslumbrante gloria.

En primer lugar, la ascención de nuestro Señor así como la contemplamos desde la tierra. Las Santas Escrituras dicen que Cristo –en las oscuras, primitivas y desconocidas épocas del pasado– fue el Cordero sacrificado desde antes de la fundación del mundo [Apocalipsis 13:8]. Es descrito en el décimo capítulo del libro de los Hebreos, como aquel quien se ofreció, en aquellas épocas primitivas, de forma voluntaria como Salvador del mundo  [Hebreos 10:4-14].

Y en la providencia de Dios—y sabiéndolo de antemano—hubo rebelión en el cielo de la mano de Lucifer y sus ángeles. El cielo cayó y junto con este todo el universo creado cayó con él [Génesis 1:2]. El mundo entero se echó a perder y nuestro paraíso se convirtió en una jungla feroz. El planeta se tornó en una tierra de aflicción y en un inmensurable cementerio en el cual enterrar a nuestros muertos [Génesis 3:1-6], adolesciendo en esclavitud y con gemidos hasta el día presente [Romanos 8:22].

En los tiempos de la Caída, fue dada a la raza humana un protoevangelium, un evangelio previo al evangelio: la Simiente de la mujer golpeará; esta aplastará la cabeza de Satanás [Génesis 3:15]. Las Sagradas Escrituras siguen de cerca esta promesa primitiva: en Set nace esta semilla y continua con Noé, Abraham, Isaac y Jacob, sigue con Judá, junto a David y su casa; y con los profetas. Su venida es vista –de antemano- como hermosa, maravillosa y totalmente conmovedora.

Luego llegó el día en que el Señor nació. Nació para ser el Salvador y Liberador del mundo [Gálatas 4:4-5], para continuar con Su majestuoso ministerio [Hechos 2:22], Su maravillosa vida, Su muerte expiatoria [Mateo 27:32-50], Su resurrección de entre los muertos [Mateo 28:5-7], y, finalmente, en el pasaje que leemos hoy, Su ascensión al cielo [Lucas 24:50-51]. Desde la tierra los ojos de los apóstoles vieron cuando en una nube –no una bruma, sino en una nube-  la shekhiná, la gloria de Dios, lo llevó al trono del cielo (Hechos 1:9-11). Y en el tercer capítulo de Hechos, el apóstol Pedro predica que el cielo recibirá al Señor hasta el tiempo de la restitución de todas las cosas [Hechos 3:21]. Por lo tanto, nuestro Señor, así como lo vemos desde la tierra, se encuentra ahora en el cielo sentado a la derecha del trono de Dios, aguardando hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies [Hebreos 10:12-13].

En segundo lugar, la ascensión de nuestro Señor tal como los ángeles lo han visto desde el cielo en aquel principio de la historia primitiva, en el comienzo de los siglos de los siglos. Cristo nuestro Señor, a quien conocemos como Jesús nuestro Salvador, el Dios preexistente quien fue Capitán y Príncipe del ejercito del cielo. Allí, los angeles en gloria, vieron la subida y caída de Lucifer, el hijo de la mañana. En su rebelión, un tercio de las multitudes y multitudes de ángeles eligieron seguir a Lucifer, pero así como este último cayó, ellos también cayeron junto a él. Sin embargo, dos tercios de la multitud de los incontables miles y miles de miles de angeles, permanecieron fieles a nuestro preexistente Señor [Apocalipsis 12:4].

En el primer capítulo de 1ª Pedro, en uno de los pasajes más inusuales de la Biblia, se describe a los ángeles anhelando mirar el plan de salvación de nuestro Señor, al anunciar que Cristo fuese el Salvador de la raza caída [1 Pedro 1:12]. Ellos solo sabían que Dios se había propuesto llevar a cabo el plan de salvación, por medio de Jesús, Su encarnación y Su muerte; pero, ¿cómo lo haría? Los ángeles no podían comprenderlo. Así que, cuando el Señor descendió a la tierra, en el vientre de la Virgen María y dado a luz como un hombre [Apocalipsis 12:4], los ángeles lo observaron con asombro y siguieron Su vida con intenso interés; fue un misterio para los ángeles tal como es dicho en 1 Timoteo 3:16: “grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne, vindicado en el Espíritu, contemplado por ángeles.”

Los ángeles lo observaron durante toda Su vida y estuvieron presentes, en gran número, durante Su nacimiento, en donde todo el cielo resonó con sus cantos y gritos de gloria  [Lucas 2:13-14]. Estuvieron presentes cuando Él fue tentado y durante Su ministerio [Mateo 4:11]. Estuvieron junto a Él en Getsemaní y en el sepulcro [Lucas 22:43; Juan 20:12]. Y cuando el maravilloso y triunfante día llegó, cuando el Salvador, el Príncipe de los ejércitos celestiales, regresó a la gloria la cual ya conocía, el indescriptible éxtasis de los ángeles fue tal que nos es inimaginable, está más allá de lo que nuestra mente puede comprender [Hechos 1:10-11]. Así se cumplió el pasaje glorioso de Salmos 24:

 

”¡Alzad, puertas, vuestras cabezas!
¡Alzaos vosotras, puertas eternas,
y entrará el Rey de gloria!
¿Quién es este Rey de gloria?
¡Jehová el fuerte y valiente,
Jehová el poderoso en batalla! (…)

¡Es Jehová de los ejércitos!
¡Él es el Rey de gloria!”

Salmos 24:7-10

[Salmo 24:7-10]

O como dice Colosenses 2:15: “Cuando nuestro Señor ascendió al cielo…  despojó a los principados y a las autoridades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. O como también este glorioso pasaje en Efesios 4:8 declara: “Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad… “.

Él es Señor y viene como el vencedor de la batalla. Así pues, los ángeles recibieron a su justo Príncipe y su glorioso, preexistente Dios en indescriptible éxtasis. Mientras, Lucifer, Satanás, aquel a quien los ángeles habían visto llevar a cabo la rebelión en el cielo, está encadenado al carruaje del Señor. No es más que un dragón sin dientes y apagado, es un enemigo derrotado [Apocalipsis 20:10]. Ha sido vencido por siempre. Por ello, cuando la Escritura dice que Él se ha llevado cautiva la cautividad, es porque aquellos quienes llevaron cautivo a nuestro Señor, son ahora cautivos. Cristo por nosotros se hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en Él [2 Corintios 5:21]. Él bajó a la tumba y destruyó sus cadenas [1 Corintios 15:55-57], ascendiendo al cielo en la presencia de las multitudes y multitudes de ángeles como un conquistador, el justo capitán de nuestra salvación.

En tercer lugar, como los santos del Antiguo Testamento aguardaron la promesa. En el noveno capítulo del libro de Lucas, en los versículos [29]-31, vemos a Jesús transfigurado delante de dos hombres:

Y dos varones hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías. Estos aparecieron rodeados de gloria; y hablaban de su partida, que Jesús iba a cumplir en Jerusalén.

Hay mucho más, en este pasaje, de lo que vosotros podéis daros cuenta al leer vuestra traducción al español. Moisés y Elías hablaron con Él y de Su éxodo y vosotros estáis familiarizados con este término: Uno de los libros del Antiguo Testamento correspondiente al Pentateuco se llama Éxodo. Cuando Moisés guió a los hijos de Dios fuera de Egipto, Dios llamo a esto “éxodo”. Esta misma es la palabra utilizada aquí, es la misma palabra en español que en griego. Ellos están hablando con Jesús acerca del éxodo que Él debiera llevar a cabo –que es traducido como “cumplir”, del griego pleroo– en Jerusalén, de acuerdo con la profecía. Están hablando de la gran liberación, la cual Él debe pleroo, llevar a cabo acorde a la profecía, acorde a la Palabra de Dios en el protoevangelium por el cual debemos ser liberados, salvados. Están hablando acerca de este éxodo mediante el cual iremos al cielo, tal como Él lo llevara a cabo, pleroo, de acuerdo a la profecía respecto de Su muerte y resurrección en Jerusalén.

Y se cumplirá, efectivamente serán llevadas a cabo aquellas palabras intercambiadas entre Moisés, Elías y Jesús. Imagino a Moisés decir: «Señor Jesús, estoy aquí en el cielo tan solo por la esperanza en la raza redimida por medio de tu muerte»; y a Elías decir: «Señor Jesús, he sido trasladado al cielo y recibido en gloria, debido a la promesa de que Tú irías a morir por mis pecados». No se trata tan solo de Moisés y Elías, sino de Moisés en representación de aquellos que mueren y resucitan [Deuteronomio 34:5], y Elías en representación de quienes son arrebatados y trasladados de un momento a otro [2 Reyes 2:11], en un abrir y cerrar de ojos; ellos representan a todo los santos del Antiguo Testamento.

Por lo tanto, ¿puede usted imaginarse la verdad de la revelación de la Palabra cuando se nos habla de los veinticuatro ancianos –doce en representación de los santos del Antiguo Testamento- postrados ante el Señor, recibiéndolo en alabanza y gloria sin igual? [Apocalipsis 5:6-14, 15:2-4]. Piense en los santos del Antiguo Testamento cuando recibieron a nuestro Señor Jesús de vuelta en el cielo, los mismos quienes aguardaron por la Gran Liberación, el éxodo. En el Antiguo Testamento, siempre que un santo muere, este es reunido junto a sus padres. No hay excepción alguna.

Abraham muere y es reunido con sus padres. Isaac muere y es reunido con sus padres. Jacob, David, Salomón, todos ellos fallecen y son reunidos con sus padres. Pero todos ellos son justificados y recibidos en gloria en el cielo por el gran éxodo que Cristo lideró también, por los santos del Antiguo Testamento en presencia de multitudes de ángeles en gloria.

No es de extrañar que se hayan inclinado delante de Él y recibido en alabanzas a quien vive por siempre y para siempre. Abel se acerca con su ofrenda justa [Génesis 4:4]. Noé, con su sermón de arrepentimiento. Abraham, con su corazón centrado en la Tierra Prometida [Génesis 12:1-3]. David viene con su arpa [1 Samuel 16:23]. Isaías, con sus profecías de esperanza y consuelo. Ezequiel viene junto a sus cuatro querubines [Ezequiel 10:1-17]. Daniel, junto a sus leones comiendo paja como el buey [Daniel 6:21-22; Isaías 11:7]. Zacarías, en tranquilidad y confianza. Y también Malaquías, en reverencia delante del Señor, «el sol de justicia con la salud en sus alas» [Malaquías 4:2]. ¿Puede usted concebir el éxtasis del cielo, al recibir los santos del Antiguo Testamento a su Señor redentor?

Por último, la ascensión tal como la iglesia del Nuevo Testamento se ha regocijado en ella. Ésta es el inicio del Apocalipsis: « [Jesucristo] Al que nos ama, nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre (…) a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén»  [Apocalipsis 1:5-6].

La iglesia, la novia de Cristo, recibe a su Novio en el cielo, en la ascensión de nuestro Señor, en su retorno en gloria. No es de asombrar el esfuerzo lingüístico realizado en Apocalipsis capítulos 4 y 5, para describir la gloria del momento en el cual Jesús aparece en la presencia de Sus santos, de Su iglesia y de los ejércitos celestiales.

Podemos apreciar parcialmente la imagen, tan solo un poco de su esplendor, en el libro de Filipenses, capítulo 2:

 

Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas

y le dio un nombre que es sobre todo nombre,

para que en el nombre de Jesús

se doble toda rodilla de los que están en los cielos,

en la tierra y debajo de la tierra;

y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor,

para gloria de Dios Padre.

[Filipenses 2:9-11]

Todo por encima de Él es Suyo: el cielo de los cielos. Todo por alrededor de Él es Suyo: los santos y los ejércitos celestiales de gloria. Todos Sus redimidos, son ahora de Él: limpiados, comprados con sangre, purificados, sin una mancha ni arruga. E incluso los condenados en el mundo del infierno debajo de nosotros, los demonios y aquellos que se pierden deberán reconocerlo. «Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor… » [Filipenses 2:10-11].

Jesús es el Señor, Señor de todo en el cielo—y algún día, será también Señor de todo sobre la tierra y triunfante por sobre la creación de Dios—el Gran Restaurador, el Dios manifiesto y eterno. Este es Jesús nuestro Señor quien, así como reina en el cielo, algún día reinará en la tierra.

¡Oh, Señor! Nuestras almas tiemblan delante de estas poderosas verdades. ¡Oh! La maravilla, majestuosidad, la gloria y el poder de nuestro preexistente Cristo quien se hizo uno de nosotros, quien murió por nuestros pecados de acuerdo a la promesa, quien ascendió a los cielos para así ser nuestro fiel Sumo Sacerdote, quien volverá otra vez con miles y miles de miles de Sus santos y con quienes viviremos y reinaremos por siempre. ¡Aleluya! ¡Aleluya!