Nuestra Propia Resurrección Venidera

Nuestra Propia Resurrección Venidera

June 21st, 1981 @ 8:15 AM

Hechos 26:8

NUESTRA PROPIA RESURRECCIÓN VENIDERA Dr. W. A. Criswell Hechos 26:8 06-21-81  8:15 a.m. El título del sermón es Nuestra Propia Resurrección Venidera. Como texto de base, tenemos Hechos, capítulo 26 versículo 8. Cuando Pablo está defendiendo el mensaje que predica ante el rey Herodes Agripa II,...
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NUESTRA PROPIA RESURRECCIÓN VENIDERA

Dr. W. A. Criswell

Hechos 26:8

06-21-81  8:15 a.m.

El título del sermón es Nuestra Propia Resurrección Venidera. Como texto de base, tenemos Hechos, capítulo 26 versículo 8. Cuando Pablo está defendiendo el mensaje que predica ante el rey Herodes Agripa II, se plantea una pregunta retórica en el versículo 8: ” ¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a los muertos?” La resurrección de los muertos, ¿hay vida después de la muerte?

Job, el patriarca del Antiguo Testamento, en el versículo 14 del capítulo 14 hizo una pregunta que resuena a través de los siglos: “El hombre que muriere, ¿volverá a vivir?” ¿Quién no ha hecho esa pregunta? A veces con temor, a veces con miedo, a veces con esperanza, a veces con dolor, a veces con el corazón quebrantado; yo supongo que esa pregunta ya fue hecha sobre la primera tumba. Y a través de los siglos los grandes monumentos de la tierra han enfatizado su repercución en el corazón humano. Las pirámides de Egipto, el mausoleo del rey Mausolo de Halicarnaso, el Taj Mahal de Agra, en la India, la tumba de Napoleón en París, Francia, la Abadía de Westminster en Inglaterra, las tumbas de los emperadores de Nara y Kyoto, Japón, los interminables mausoleos, cementerios, epitafios y sarcófagos, todos están construidos con la esperanza de que, de alguna manera, la vida fuera inmortalizada y recordada.

“El hombre que muriere, ¿volverá a vivir?” La devastación de la muerte es universal, no tiene fin. Los Goth,  los Vandal, los Hun, los Tudor, los Mongoles, los Sarracenos, siempre han matado sin piedad por el joven, sin compasión por el viejo, sin tener en cuenta el bien o la verdad o la belleza. Y la finalidad de la muerte, de alguna manera, nos produce escalofríos en nuestras propias almas. Todos nosotros lo sentimos al estar ante una tumba recién cavada, o cuando por primera vez se rompe nuestro círculo familiar o nuestro propio miedo a la aparición de ese jinete pálido que llama a todas las puertas. Querido Dios, ¿hay una respuesta a la pregunta de Job? Si muero, ¿puedo vivir de nuevo?

A medida que estudiamos, hay dos respuestas afirmativas a ese sentido grito del viejo patriarca. Uno se encuentra en la continuación de la historia humana y la imperecedera esperanza del corazón humano, la inmortalidad del alma. Es una convicción inquebrantable. Ha caracterizado la historia de la humanidad desde el principio.

Cicerón hizo el estudio más exhaustivo que ha llegado hasta nosotros desde los tiempos antiguos. Y Cicerón llegó a la conclusión: “La inmortalidad es la esperanza consolidada de todos los pueblos”. Eso se confirma por todo lo que sabemos.

Cuando, finalmente, los jeroglíficos, la escritura dibujada de los antiguos egipcios fue descifrada, era el llamado Libro de los Muertos, la vida que está por venir. Cuando por fin las inscripciones cuneiformes de los antiguos acadios, sumerios, babilonios fueron descifradas, era eso, un recuento de la vida de ultratumba. Esa esperanza es el canto de Homero en su Ilíada y su Odisea. No es menos la inspiración de la Eneida de Virgilio. El guerrero griego fue enterrado con su armadura. El indio americano fue enterrado con su arco y flecha. Estaban ahí para ser usados en otra vida, en otro mundo. Y no hay tribus en África, ni siquiera entre los patagones en América del Sur, que no tengan la esperanza imperecedera; más allá de la muerte hay otra vida.

A medida que leemos la historia humana, es notable que todos los razonamientos de los racionalistas no han podido mitigar esa profunda convicción del corazón humano, que si muero voy a vivir de nuevo.

Leí de Bertrand Russell, el elocuente y famoso filósofo y matemático británico:

“… Ni el fuego, ni el heroísmo, ni ninguna intensidad de pensamiento y sentimiento pueden preservar una vida individual más allá de la tumba. Todas las tareas por los siglos, todo el brillo del genio humano están destinados a la extinción en la vasta muerte del sistema solar, y todo el templo de los logros del hombre, inevitablemente, debe ser enterrado bajo los escombros del universo en ruinas. Todas estas cosas, fuera de toda duda, son casi tan seguras que, ninguna filosofía que las rechace, puede esperar mantenerse en pie. Solo en el andamiaje de la desesperación puede la morada del alma ser construida a partir de ahora.

Estos son los escritos y las conclusiones de los pensadores racionalistas. Hoy lo llamamos humanismo secular. No hay nada que se extienda ante nosotros, sino la tumba, y nada antes que el universo sino la muerte y la extinción.

¿No es extraño que, a través de todos los siglos, a pesar de todos los racionalistas y sus escritos, la esperanza de la inmortalidad sea tan brillante y tan viable hoy como lo era en el principio, una persuasión eterna? De alguna manera sentimos que la vida es como un gran arco. Esta parte es el primer pilar sobre el que se asienta, pero hay otra que va más allá de esta vida. No podemos dejar de estar convencidos de que la vida es como un puente sobre un gran abismo y estamos de este lado, pero no termina en el medio. Va más allá y a través del abismo alcanza el otro lado. Hay otra historia. Hay otro capítulo. Hay otra vida. “El hombre que muere, ¿volverá a vivir?”

Pero, ¿dónde está esa cierta persuasión, que sin controversia o, sin duda, nos aseguraría los cielos, un mundo mejor, una vida mejor? ¿Dónde? Creo que una de las expresiones más patéticas de la literatura antigua es el grito de Platón en la presencia de la muerte: ” ¡Oh, si hubiera alguna palabra divina sobre la que pudiéramos más segura y menos peligrosamente navegar en una embarcación más fuerte!” Como Platón miraba más allá de la sombría inmortalidad de los que habían cruzado el río Styx, el grito de su alma era que tuviéramos una revelación, una palabra sobre la que podiéramos descansar nuestra alma de forma más segura mientras zarpamos hacia la profundidad sin límites.

Y esta es la segunda respuesta al clamor de Job: “El hombre que muriere, ¿volverá a vivir?” La primera respuesta, la persuasión inmortal del corazón humano a través de toda la historia de la humanidad; de alguna manera el alma no muere. El hombre vive para siempre. La segunda respuesta es la respuesta de la fe cristiana, de aquel que trajo la vida y la inmortalidad a la luz y que abolió la muerte para siempre.

Hay muchos, muchos estudiosos de la Biblia que declararían que la cota máxima de toda la revelación bíblica y cristiana es el capítulo 15 de 1 Corintios. Sube y sube. La revelación de Dios se despliega y se desarrolla hasta llegar a su cenit de brillantez y de victoria, el triunfo en el capítulo 15 de 1 Corintios. Ese es el capítulo de la resurrección de los muertos.

Vayamos a la Biblia, el capítulo 15 de 1 Corintios, veamos esta esperanza cristiana en su conjunto, 1 Corintios, capítulo 15. Comenzamos en el versículo 12 de 1 Corintios capítulo 15:

Pero si se predica que Cristo resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?, porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación y vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios, porque hemos testificado que Dios resucitó a Cristo, al cual no resucitó si en verdad los muertos no resucitan. Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que murieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida esperamos en Cristo, somos los más dignos de lástima de todos los hombres. Pero ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que murieron es hecho, pues por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.

[1 Corintios 15:12-22]

¡Qué maravillosa esperanza y seguridad! No una que es solo una convicción, un deseo o una esperanza, sino que se verifica en la resurrección de Cristo de entre los muertos. Él vive, y porque Él vive, nosotros también viviremos. Job puede levantarse ahora de su montón de cenizas, y gritar en triunfo: ” Pero yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará sobre el polvo, y que después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios. Lo veré por mí mismo; mis ojos lo verán, no los de otro” [Job 19:25-27]. Job 19:25-26. Jesús ha vencido la muerte y nos ha prometido una resurrección de entre los muertos [1 Corintios 15:54-57; 1 Tesalonicenses 4:16-17].

Pero no hemos terminado. En este mismo capítulo 15 de 1 Corintios, versículo 35: ” Pero preguntará alguno: «¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?»” Dejadme enmarcar la palabra colocándola en una oración diferente. Si hay una resurrección de los muertos, ¿yo seré yo, y tú serás tú? ¿Sigo siendo yo mismo en la resurrección de los muertos, o estaré metamorfoseado en otra cosa, en algo distinto? ¿Vivo en mi personalidad, mi identidad y mi individualidad en la resurrección de los muertos? ¿Soy yo el que vive? “¿Con qué cuerpo vendrán?”

En los siguientes versículos de Pablo hay una discusión, una revelación y la garantía de que como Cristo resucitó de entre los muertos, y fue él, nuestro Señor- Él incluso tenía las marcas de los clavos en sus manos y pies, y la cicatriz en su costado [Lucas 24:39; Juan 20:26-27]; era el Señor—así también nosotros, cuando seamos resucitados de entre los muertos, seremos nosotros mismos. Luego él lo ilustra en este capítulo 15 de 1 Corintios. Dice que Dios da a cada uno su propio cuerpo.

“No toda carne es la misma carne”. (Versículo 39) Hay carne de animales, carne de peces y carne de aves. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres y hay una gloria que pertenece a uno y hay otra, que pertenece a otro. Lo mismo ocurre con nosotros. No vamos a ser todos iguales en la resurrección de los muertos. Tú serás tú y yo seré yo.

Se siembra en deshonra. Se levanta en la gloria. Se siembra en debilidad. Se levanta en poder. Se siembra un cuerpo natural. Se resucita un cuerpo espiritual. Hay un cuerpo natural para este mundo. Hay un cuerpo espiritual que Dios ha preparado para nosotros en el otro mundo  [1 Corintios 15:43-44]. Pero este cuerpo es mío, y ese cuerpo ahora es tuyo, y será tuyo en el mundo por venir, la resurrección de los muertos.

Esta es la única revelación y doctrina de la fe cristiana: La inmortalidad era una persuasión del hombre natural a través de la luz, débil como era, de la naturaleza humana. Pero para los que somos resucitados de la muerte en cuerpo, es una revelación de Dios en Cristo Jesús. Esto es único del cristianismo. Se encuentra solo en la fe cristiana.

Cuando Pablo estaba en la Colina de Martel para hablar con el Areópago, el más alto tribunal de los atenienses, si él hubiera discutido sobre la inmortalidad del alma, nadie se hubiera mofado ni reído. Pero cuando Pablo habló de la resurrección de la carne, los estoicos y epicúreos se burlaron del pensamiento y de la idea de que un hombre podía vivir después de su muerte, que el cuerpo podía recomponerse después de que se hubiera descompuesto [Hechos 17:30-32]. Pero ese es el corazón del mensaje cristiano y de la fe cristiana.

Isaías no será Pablo en la resurrección, ni tampoco Jeremías. En la resurrección, John Chrysostom no será George Whitfield, y ninguno de ellos será Charles Haddon Spurgeon. En la resurrección, Cristo es nuestro Señor Jesucristo. Él es [Mateo 28:5-7]. En la resurrección, Juan es Juan. Simón Pedro es el apóstol jefe. Timoteo y Tito serán ellos. Tú serás tú y yo seré yo. Esa es la fe cristiana, el corazón del evangelio de Cristo.

Es el Espíritu de Dios, que reunirá las mismas moléculas y átomos, la sustancia de la vida que ha vuelto al polvo. Dios lo hará, la reunirá de nuevo. Y el yo que es yo no será menos en la resurrección de los muertos, y el tú que es tú no será menos en la resurrección de los muertos.

Esto es lo que Pablo describe que Dios hará en 1 Corintios 15 [versículo 57]: “Gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”, y habla de él de dos maneras; los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros, que vivimos y los vivos en la venida del Señor: “Todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta” [1 Corintios 15:51-52]. Es algo que Dios hace. ¿Pueden los muertos levantarse? No. Es algo que Dios hace. El cuerpo de nuestro Señor fue resucitado de entre los muertos por el Espíritu Santo. Romanos 1 versículo 4 manifiesta que Cristo fue resucitado de entre los muertos por el poder del Espíritu Santo. Y es el Espíritu Santo de Dios el que nos resucitará de entre los muertos.

¿Cómo enterrarás al Espíritu Santo? El Espíritu Santo vive en este templo. Este es el templo del Espíritu Santo de Dios. Cuando acepto a Cristo, yo soy bautizado por el Espíritu Santo en el cuerpo de nuestro Señor. La muerte no puede dañar el cuerpo de nuestro Señor y la muerte no puede enterrar el Espíritu Santo de Cristo.

Cuando soy parte del cuerpo de Cristo, no puedo ser enterrado. El Espíritu Santo vive en mí y me levantará de entre los muertos como levantó a Cristo de entre los muertos. Es algo que Dios hace. Todos seremos transformados. “Esto corruptible se vista de incorrupción… y esto mortal sea vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra, la muerte ha sido devorada en victoria” [1 Corintios 15:53-54]. Es algo que Dios hace. Todos seremos transformados.

Como hay una Stratford en Avon, también hay una Stratford en Bow, en el río Bow. Y en los días de la sangrienta Reina Mary, había dos mártires atados a la hoguera. Uno de ellos era cojo y el otro era ciego. Cuando se encendió el fuego, el cojo tiró la muleta y volviéndose hacia su amigo le dijo: “¡Ánimo, hermano. Este fuego nos curará a los dos”.

¡Qué evangelio! ¡Qué victoria! ¡Qué triunfo! Dios nos resucitará de entre los muertos y nosotros seremos transformados.

Señor, persuádenos en Cristo. Cuando el día oscuro venga y el jinete pálido muestre su imponente presencia, ese será un día de victoria, de liberación y de triunfo, porque Dios ha preparado algo mejor para nosotros. Bendito sea su nombre para siempre.