La Llenura y la Unión del Espíritu Santo

La Llenura y la Unión del Espíritu Santo

October 25th, 1981 @ 10:50 AM

Zacarías 4:1-6

48- LA LLENURA Y LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO Dr. W. A. Criswell Zacarías 4:1-6 10-25-81    10:50 a.m.   En nuestra serie sobre las grandes doctrinas de la Biblia, ahora estamos inmersos en la sección pneumatología, la doctrina del Espíritu Santo. Abramos la Biblia en...
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48- LA LLENURA Y LA UNCIÓN DEL

ESPÍRITU SANTO

Dr. W. A. Criswell

Zacarías 4:1-6

10-25-81    10:50 a.m.

 

En nuestra serie sobre las grandes doctrinas de la Biblia, ahora estamos inmersos en la sección pneumatología, la doctrina del Espíritu Santo. Abramos la Biblia en Zacarías capítulo 4, comenzando en el versículo 11:

 

Hablé una vez más y le pregunté: — ¿Qué significan estos dos olivos que están a la derecha y a la izquierda del candelabro? Y aún le pregunté de nuevo: — ¿Qué significan las dos ramas de olivo que por los dos tubos de oro vierten de sí aceite como oro? Él me respondió: — ¿No sabes qué es esto? Yo dije: —No, Señor mío. Y Él me respondió: —Estos son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra.

[Zacarías 4:11-14]

Así que el título del mensaje es sobre las dos ramas de olivo: La Llenura Y La Unción Del Espíritu Santo. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”. Y la unción del Espíritu Santo: “Estos son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra”.

Israel es una tierra de olivos. Se los ve por todas partes. Si vais a Getsemaní, donde nuestro Señor oró en agonía antes de la cruz, veréis una arboleda de olivos, la cual dicen que estaba allí el día en que Jesús se arrodilló y oró. La mayoría de las veces, si vais a Israel, seguro volvéis con un recuerdo, como una Biblia con la cubierta hecha de madera de olivo. O bien, traéis figuritas talladas en madera de olivo. El olivo se utilizaba universalmente en la vida cotidiana de las personas, como medicina, como comida. Y, ante el Señor Dios, Jehová, era una parte de la ofrenda sacrificial, de la adoración a Dios.

En nuestro texto, que es una de las visiones más bellas y significativas de la Biblia – la visión se refiere, por supuesto, a Josué, el gran sumo sacerdote y a Zorobabel, el gobernador de la tierra, mientras reconstruían el Templo y la vida de la nación. Proféticamente, pronostica, delinea, a los dos grandes testigos de Dios en el corazón de la tribulación. He leído en Apocalipsis 11:

Y ordenaré a mis dos testigos que profeticen”. Estos son “los dos olivos y los dos candelabros que están de pie delante del Dios de la tierra” y, cuando sean sacrificados, ” Pero después de tres días y medio el espíritu de vida enviado por Dios entró en ellos, se levantaron sobre sus pies y cayó gran temor sobre los que los vieron. Entonces oyeron una gran voz del cielo, que les decía: « ¡Subid acá!» Y subieron al cielo en una nube,

 

[Apocalipsis 11:11, 12]

 

—en la Shekinah gloria de Dios.

Proféticamente, los dos olivos son los dos testigos en los últimos días de la consumación de los tiempos. Emblemáticamente y por lo general, los olivos y el candelero de oro, con sus copas de siete luces encendidas delante de Dios, se refieren a la dependencia de los hombres de Dios, a la dinámica de movimiento y a la energía y llenura del Espíritu Santo del Señor: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, dice el Señor” [Zacarías 4:6]. Se refiere a un cambio de centro desde el hombre a Dios, desde la tierra al cielo.

La Biblia lo pone de manifiesto y hay innumerable cantidad de ilustraciones, elijo una. Cuando Gedeón hizo su llamamiento a Israel, a levantarse por la libertad contra la opresión de los madianitas, 32.000 respondieron a su llamado. Dios vio al ejército y dijo: “Gedeón, son demasiados. Di a los que tienen miedo que vuelvan a casa”. Y 22.000 se fueron a casa. Dios miró a los 10.000 que se quedaron y le dijo: “Gedeón, hay demasiados. Llévalos al arroyo a beber y a los que lamen el agua con sus manos, con los ojos puestos en los madianitas, elígelos”.; quedaron 300, para que, como Dios dijo, la victoria perteneciera a Jehová el Señor, y no al hombre [Judges 7:1-7]. “No por el poder, no por fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová el Señor” [Zacarías 4:6].

Como las alas para un pájaro, como las patas para un ciervo, como la respiración al cuerpo, como el motor para un coche, como la electricidad para una dínamo, así es el Espíritu Santo de Dios para el pueblo del Señor en su trabajo para nuestro bendito Salvador. Por tanto, uno de los cumplimientos de esa maravillosa visión de los dos olivos vertiendo el aceite de oro en el candelabro de siete brazos, se encuentra en nuestro tiempo y en nuestra generación, en el derramamiento del Espíritu Santo de Dios en Pentecostés, en la llenura de la presencia de Jesús en nuestros corazones, en nuestras casas, en nuestras vidas, en nuestro trabajo y en la asamblea de la familia de Dios en la iglesia.

¿Os dais cuenta que el derramamiento del aceite de oro, el Espíritu de Dios, es inagotable, es inconmensurable, que no tiene fin? [Hechos 2:1-21]. El aceite se derrama de los olivos en el candelero de oro. De la misma manera el derramamiento del Espíritu de Dios se derrama en nuestra generación, en esta dispensación, es inagotable. Como el Señor testificó en Juan 3:34: “Pues Dios no da el Espíritu por medida”. No hay fin, es absolutamente inagotable el poder y la presencia del Espíritu Santo de Dios en nuestro trabajo y en nuestras vidas.

Y eso es debido a otra cosa. Es continuo. Está presente, esos dos grandes olivos vierten, en una corriente interminable, su aceite de oro en las lámparas que iluminan al mundo con la luz de Dios [Zacarías 4:11-12]. Es constante. Es interminable. Es ininterrumpido. Está fluyendo para siempre. Como dijo nuestro Señor en Juan 14:16: “Yo os envío el paraklete, el Espíritu Santo, para que esté con vosotros para siempre”.

Nuestra dificultad no reside en Dios. Nuestra debilidad y falta de poder no están en él. Está en nosotros. Es debido a que no nos rendimos, que estamos llenos de tropiezos y oscuridad, estamos debilitados en nuestros esfuerzos. Sin embargo, el Espíritu Santo de Dios no tiene medida. Es inagotable. Y, si pudiera  vaciarme a mí mismo para que Dios me pudiera usar, no habría límite para el poder de Dios. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová el Señor”. Debemos rendirnos y quebrantarnos.

No hay una historia más conmovedora en la Biblia que la de Jacob luchando con el ángel toda la noche en Peniel. Jacob, significa “seductor”.Significa ”suplantador”. Significa “tramposo “, “engañador “. Cuando nació, estaba tomado del talón de su hermano mayor, Esaú [Génesis 25:25-26]. Y el ángel luchó con Jacob toda la noche; terco, obstinado, ambicioso. Cuando el ángel no podía con él, extendió su mano, tocó su muslo y se lo rompió. Jacob se rompió. Y, a partir de entonces, cuando Jacob caminaba, lo hacía con una pierna lisiada. Una vez quebrado, Dios le cambió el nombre. Ya nunca más sería Jacob, “tramposo”, “suplantador”, “ambicioso”, “soberbio”; sino que estando quebrado, Dios dijo: “Tu nombre será Israel, príncipe de Dios” [Génesis 32:24-31].

El Espíritu Santo de Dios no tiene medida. Es inagotable. Derramado sobre nosotros en esta dispensación y en esta era [Hechos 2], nuestros tropiezos residen en nuestra propia voluntad. Miremos ahora al maravilloso fluir del Espíritu de Dios. Oh, miremos cómo cambió a los discípulos. Unos días antes, se estaban peleando entre ellos, egoístas. Incluso en la Cena del Señor, la institución de la cena conmemorativa en el Aposento Alto, los discípulos estaban discutiendo entre ellos acerca de quién sería el mayor en el reino de los cielos [Lucas 22:24]. Surgió, por supuesto, en el reparto de los asientos alrededor del Señor. ¿Quién se iba a sentar a su derecha? ¿Quién iba a sentarse a su mano izquierda y quién iba a estar a su lado?

Después de la llenura, después del derramamiento del Espíritu de Dios, estos fueron hombres nuevos. Ya nunca más habremos de leer sobre sus peleas, su egoísmo, su ambición. Ya no son incrédulos como Tomás. Ya no tienen miedo, como Simón Pedro acobardado ante una niña y él jurando y maldiciendo: “Yo nunca lo vi” [Mateo 26:71-74]. Sin embargo, ellos fueron atrevidos y valientes, dando su vida con gozo por el Señor. ¡Ese es el Espíritu de Dios!

¿Veis el efecto que esto causó sobre los convertidos, los que están fuera de la iglesia, que se convierten? Ellos claman, diciendo: “Hermanos, ¿qué tenemos que hacer? ¿Qué debemos hacer para ser salvos?” ¿Hay un camino al cielo para mí? ¿Hay bendiciones de Dios sobre mí?” En ese día se agregaron 3.000 [Hechos 2:37-41]. En la página siguiente 5.000 [Hechos 4:4]. Entonces, hay una gran multitud de sacerdotes [Hechos 6:7]. Después, en la página siguiente las multitudes son tan grandes que Lucas ni siquiera trata de contarlos [Hechos 4:32]; el efecto del fluir del Espíritu de Dios.

¿Y veis el efecto sobre la asamblea de los santos de Dios? Encontramos la descripción del resultado de aquel día de Pentecostés en los últimos versículos del segundo capítulo del libro de los Hechos: Reunidos juntos, partiendo el pan, de casa en casa, firmemente continuando en la enseñanza, la doctrina de los apóstoles; amorosos unos con otros, regocijándose y alabando a Dios, todos los días [Hechos 2:42, 46-47] – koinonia lo llamaron, una comunidad de comunión, un regocijo en el bendito Jesús. Oh Señor, donde está el Espíritu de Dios, allí hay amor, paz, alegría, paciencia y amor fraternal, la misma presencia del Espíritu de Dios se mueve en la congregación Su pueblo.

A veces, doblados por una carga, cuando nos enfrentamos a pruebas insoportables y las cosas se ven muy oscuras, solo tenemos que esperar en el Señor. Él está vivo. ” No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová el Señor”. Y hoy nos enfrentamos al futuro más celestial y más brillante que ningún otro pueblo que se conozca en esta tierra. ¡Oh, Señor, la bendición, el efecto del fluir, la plenitud del Espíritu de Dios!

¿Habéis notado en la lectura de nuestro pasaje, esto otro: la unción del Espíritu de Dios? “Hablé una vez más y le pregunté: —¿Qué significan estos dos olivos que están a la derecha y a la izquierda del candelabro? Y aún le pregunté de nuevo: — ¿Qué significan las dos ramas de olivo que por los dos tubos de oro vierten de sí aceite como oro? Él me respondió: — ¿No sabes qué es esto? Yo dije: —No, Señor mío. Y él me respondió: —Estos son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra” [Zacarías 4:11,14]. No sólo hay un derramamiento del Espíritu de Dios, la plenitud del Espíritu de Dios, sino también hay una unción del Espíritu de Dios para una misión especial, una convocatoria para un trabajo especial. En este caso, por supuesto, el profeta habla de Josué, el sumo sacerdote, y de Zorobabel, el gobernador de la tierra. Sin embargo, la unción del Espíritu de Dios para una obra especial se encuentra en toda la Sagrada Escritura.

Los sacerdotes eran ungidos, eran apartados. Eran consagrados por su labor de mediación e intercesión. El rey era ungido para que fuese gobernador sobre el pueblo de Dios. Saúl fue ungido. David fue ungido. Samuel fue ungido. Y el profeta de Dios fue ungido, apartado por el Espíritu de Dios para la obra a la que el Señor lo llamó. En el capítulo diecinueve de 1 Reyes, Dios le dice a Elías que ungiera a Eliseo como profeta en su lugar [1 Reyes 19:16]. Y, en el pasaje de la Escritura que acabamos de leer esta mañana: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido…”. Isaías habla de su llamamiento como profeta: “…porque me ha ungido Jehová. Me ha enviado a predicar buenas noticias a los pobres,…” [Isaías 61:1-3].

Por lo tanto, no es menos en el Nuevo Testamento la unción del Espíritu de Dios para una obra especial. Lo encontramos conmovedoramente ilustrado en la vida de nuestro Señor. Jesús fue ungido para el trabajo especial que vino a cumplir en el mundo [Hechos 4:27]. Él fue ungido en su bautismo. Cuando se levantó, cuando salió de las aguas del Jordán, el Espíritu Santo de Dios vino sobre él y lo ungió [Mateo 3:16]. Él estaba lleno del Espíritu Santo desde su nacimiento. Era un niño santo. La Biblia se refiere a él como el santo niño Jesús. Nunca hubo pecado en su infancia o en su adolescencia o en la edad adulta joven. Él era santo desde el vientre de su madre. Estaba lleno del Espíritu de Dios.

Pero, en su bautismo en el Jordán, cuando el Espíritu Santo descendió sobre Él, fue ungido para su obra. Él fue ungido como rey. Comenzó su ministerio mesiánico cuando tenía unos treinta años de edad, ungido en el río Jordán. Y, anunció que Él era el rey de un nuevo y maravilloso reino. Jesús es un rey. Él es un rey ungido. Y cuando fue crucificado, Poncio Pilato puso un letrero en la cabecera de su cruz que decía: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos” [Juan 19:19 ]. Murió como un rey. Él reina en el trono en el cielo. Y, algún día, Él va a ser el rey de toda la creación de Dios. Él es un rey ungido.

Él es un sacerdote ungido. En su bautismo, cuando el Espíritu de Dios vino sobre él, fue consagrado y apartado como sacerdote. Como dice el libro de Hebreos: “Donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho Sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” [Hebreos 6:20], “sin padre, sin madre, sin linaje; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, mas hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre” [Hebreos 7:3]. Él es nuestro sacerdote ungido en la gloria. Hay un mediador que intercede por nosotros a la diestra de Dios: Jesús, el que oye nuestras oraciones, el que nos da fuerzas para el día, el que nos ama en nuestra peregrinación, fue ungido sumo sacerdote para siempre.

Y, fue ungido un predicador y un ministro para la bendición de nuestro corazón. ¿Recordáis, en el cuarto capítulo del libro de Lucas, cuando vino a Nazaret, llegó a la iglesia, a la sinagoga donde se había criado y le dieron a leer el profeta Isaías? Abrió el libro y fue al lugar donde está escrito – ¿no os salta el corazón al pensar que esta mañana estamos leyendo el mismo pasaje que Jesús leyó ese día?

 

El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor.

[Lucas 4:18, 19]

¿Veis cuantas veces dice ”ungido para predicar”?

Y una vez más, cuando Simón Pedro fue testigo de la gracia del bendito Jesús, en el vestíbulo de los gentiles en Cesarea, en la casa de Cornelio, él dice: “Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” [Hechos 10:38]; la unción de Jesús en su ministerio a los pobres, a los enfermos, a los perdidos.

Una vez más, el derramamiento del Espíritu de Dios es continuo hoy en día: Un infalible e inagotable suministro de hoy. “Os daré otro Consolador”, dijo el Señor del Espíritu Santo “para que esté con vosotros para siempre [Juan 14:16]. Y la unción, no sólo la llenura sino la unción, está hoy en día, continúa hoy en día. Dios unge, aparta a algunos para diferentes tareas. Él los consagra y los capacita para ese trabajo.

¿Recordáis lo que hizo Simón Pedro al predicar su sermón pentecostal en el segundo capítulo de los Hechos? Citó el segundo capítulo de Joel, el gran derramamiento y el nombramiento del Espíritu de Dios. Dijo: “También sobre los siervos y las siervas derramaré mi espíritu en aquellos días” [Joel 2:29]. Ese es el reino, y la época en la que vivimos.

Marco solo una cosa más. Hay un efecto. Hay una maravillosa repercusión de esa unción sobre nosotros. Hebreos 1:9 dice: “Has amado la justicia y odiado la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros”. Si quieres gozo, gozo real, solo entrégate a la labor del Señor. Puede que esto sea intenso, exigente o sacrificial. Incluso para aquellos que sirven a Dios, que han alimentado a los leones o han sido quemados en la hoguera, existe el gozo, la unción de Dios. Hay una felicidad celestial en servir a Dios, a diferencia de cualquier otra cosa conocida por el corazón humano. Ese es Dios en nosotros y con nosotros: el Espíritu Santo nos llena de su gracia.