La Entrada de Nuestro Señor a la Carne Humana

La Entrada de Nuestro Señor a la Carne Humana

April 12th, 1981 @ 8:15 AM

Juan 1:1, 2, 14

LA ENTRADA DE NUESTRO SEÑOR A LA CARNE HUMANA Dr. W. A. Criswell Juan 1:1, 2, 14 04-12-81  8:15 a.m.   Os habla el pastor de la Primera Iglesia Bautista de Dallas con una nueva entrega de la colección de sermones doctrinales bíblicos. Esta es...
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LA ENTRADA DE NUESTRO SEÑOR

A LA CARNE HUMANA

Dr. W. A. Criswell

Juan 1:1, 2, 14

04-12-81  8:15 a.m.

 

Os habla el pastor de la Primera Iglesia Bautista de Dallas con una nueva entrega de la colección de sermones doctrinales bíblicos. Esta es la serie sobre cristología, acerca de las doctrinas que pertenecen a nuestro Señor Jesucristo. Y el título del mensaje es La Entrada De Nuestro Señor A La Carne Humana, es decir la Encarnación.

En Juan 1 versículos 1, 2 y 14 leemos: “En el principio era el Logos, y el Logos era con Dios, y el Logos era Dios. Este era en el principio con Dios”. Se podría traducir logos como “Verbo”, o como “intelecto activo”, o como la manifestación, la actividad de Dios, el mensaje de Dios. Luego, en el versículo 14 dice: “Y aquel logos fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.”

“Y el Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros”. Este pasaje que he leído, es representativo de todos los pasajes del Nuevo Testamento presentando la Encarnación de Dios en carne humana, la manifestación del gran Dios del cielo en forma de un hombre. Y ese era el kerygma, la gran predicación, el anuncio, el evangelio heráldico del primer siglo. Los discípulos, los conversos, los apóstoles del Señor Jesús, por todo el mundo greco-romano, por todo el Imperio Romano, presentaban el mensaje de que Dios se había manifestado en carne humana. Esta es la palabra de la expiación, la reconciliación y la salvación. Ese fue el simple mensaje que predicaron en todo el mundo civilizado.

Desde el principio, no como un proceso durante los años y los siglos que siguieron sino desde el principio, los llamados intelectuales sofisticados infiltraron ese evangelio y lo comprometieron heréticamente. Ellos fueron llamados gnósticos. La palabra griega que significa “conocimiento ” es la gnosis. Ellos fueron llamados gnósticos. Se atribuyeron un conocimiento superior más allá del simple mensaje que fue predicado por Dios en Cristo Jesús, muriendo por nuestros pecados. Y en los muchos matices de gnosticismo había dos especialmente: Uno se llamaba el gnosticismo docético, de la palabra griega dokeo, “parecer”; gnosticismo docético. Ellos enseñaban que Cristo solo aparentemente tenía cuerpo, nada físico, solo tenía cuerpo aparentemente. Dios no se encarnó. Dios no asumió la carne humana, sino el cuerpo de nuestro Señor era solo aparente, parecía un cuerpo, pero en realidad no lo era. Ese fue el gnosticismo docético.

No tenemos tiempo para detalles sobre por qué aquellos intelectuales lo interpretaban así a nuestro Señor Jesucristo. La razón básica era un dualismo filosófico en toda la creación, el espíritu es bueno, pero la materia es siempre mala y por lo tanto, el espíritu, Dios, nunca podría tocar la materia o el mal. Los docéticos y los gnósticos colocan entre el Dios creador y la materia mala de la creación toda una serie de seres angelicales jerárquicos.

El primero estaba solo un poco por debajo de Dios, y el siguiente, un poco más por debajo de este,  el siguiente en la jerarquía estaba un poco más abajo, y abajo, abajo, abajo hasta que por fin llegaba uno que podía tocar la materia. Ese es el gnosticismo. Así que el docetismo dijo que Dios no podía ser encarnado. Solo parecía que tuviese un cuerpo.

Ahora, la otra manifestación de esa primera antigua herejía del gnosticismo que se encontraba en los días de los apóstoles, fue el gnosticismo cerintiano, de Cerinto, que era enemigo de Juan el apóstol en Éfeso. Cerinto enseñó que no había nacimiento virginal. Jesús vino de la generación natural de José y María y no había resurrección corporal. Cerinto sostenía que el ángel, el aeon, el Dios que podía tocar la materia humana, se encontró con Jesús en su bautismo y se apartó de Él en la cruz, que Jesús nació como cualquier otra persona, un hombre, y que murió como cualquier otro muerto, un hombre, y desde luego no resucitó corporalmente de entre los muertos. He aquí la primera herejía cristiana.  Encontramos a los apóstoles combatiéndola en la Biblia. Está por todo el Nuevo Testamento, pero voy a señalar dos pasajes.

En primer lugar, el apóstol Pablo en 1 Timoteo 6:20 dice: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas y los argumentos de la falsamente llamada ciencia”. Allí cita a la herejía gnóstica por su nombre. La palabra traducida como “ciencia” es gnosis, gnosticismo, y “falsamente llamados” pseudo-nomos, pseudo-nomos, “falsamente llamados”; intelectualismo superior que niega el nacimiento virginal, la encarnación, la resurrección corporal.

Encontramos de nuevo la descripción en 2 Juan capítulo 1 versículo 7: “Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne”. La palabra traducida como “ha venido” ellos “que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne”, erchomenos, un participio presente de erchomai, “venir”, sino que niegan que Jesucristo ha venido en carne. Ahora erchomaierchomenos, el participio aquí, “Jesucristo ha venido en carne”, la forma verbal podría referirse a su primera venida, su nacimiento virginal. Niegan que Dios fue encarnado, que vino, que se apareció, que Él fue manifestado en la carne. Ellos lo niegan.

O la palabra erchomenos, “venida “, podría referirse a la segunda venida de nuestro Señor. Niegan que haya aparición visible, personal y física de nuestro Señor, desde el cielo. Cualquiera que sea la manera en que Juan está escribiendo, estos gnósticos están negando que Jesucristo es Dios encarnado, que vino en la carne, en su nacimiento virginal, que Él viene otra vez, en la carne, en la consumación de los tiempos.

La herejía del gnosticismo se expande tanto hoy como en los días de Pablo y Juan, y entre los primeros discípulos de Cristo. Es un mundo sin fin, legiones que están en el púlpito y en las cátedras de teología. En toda la cristiandad hay gnósticos modernos. Están negando la encarnación de Dios. Niegan abiertamente y con fuerza el nacimiento virginal y la resurrección corporal de Cristo, y desde luego se burlan de la idea de que podríamos llegar a ver una vuelta literal, física, personal, visible del Señor a esta tierra desde el cielo.

Recuerdo muy bien cuando yo estaba predicando a lo largo de toda la Biblia, en esos días llegué a Lucas 24. Y en el corazón de ese vigésimo cuarto capítulo de Lucas, el último capítulo, está la historia de la aparición de nuestro Señor delante de sus apóstoles. Ellos se encontraban asombrados, pensando que estaban viendo un fantasma, un espíritu.

El Señor dijo a los apóstoles: “Palpad y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”, y preguntó: “¿Hay aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos” [Lucas 24:36-43].

Para los gnósticos modernos es inconcebible pensar que Dios se manifieste en carne humana, que Dios asuma las proporciones de un hombre y que muera, que sea levantado en forma corporal de entre los muertos y que Él tenga un cuerpo. Su Cristo no es Dios encarnado. Es un hombre, un héroe, un gran maestro, pero solo un hombre. Su Cristo no nació de una virgen. Su Cristo no tiene cuerpo. Su Cristo no resucitó de entre los muertos. Y su Cristo no viene otra vez. Su Cristo es una idea metafísica. Se trata de una especulación filosófica. Su Cristo es un fantasma inmaterial. Es una idea.

La Biblia, las Sagradas Escrituras, con inquebrantable unidad, siempre presenta a Jesús como el Dios encarnado, Dios verdadero y hombre verdadero. Dios como si Él fuera solo Dios,  hombre como si fuera solo hombre, una dualidad en su persona, Dios-Hombre. Y la Biblia, siempre da testimonio de la revelación divina y maravillosa.

En el Antiguo Testamento aparece una y otra vez en forma corporal un ángel glorioso teofánico. Se llama “el ángel de la presencia” o “el ángel del rostro de Dios”. Él es una persona maravillosa, es Dios mismo.

Se le apareció en forma corporal a Jacob en Peniel. A Josué como capitán del ejército de Jehová antes de Jericó. Compareció ante Isaías cuando lo vio alto y sublime, y se manifestó a Daniel. A lo largo del Antiguo Testamento aparece una maravillosa epifanía, un Cristofanía, un glorioso ángel de Dios.

En las páginas de los siglos venideros, se presenta ante Juan el mismo maravilloso, iridiscente y glorioso Alguien. “Sus pies son ardientes como semejantes al bronce en un horno. Sus ojos son como llama de fuego. Y su rostro es como el sol cuando resplandece en su fuerza. En su presencia Juan cayó a sus pies como muerto”. Ese ángel maravilloso, teofánico, angelical, cristológico, que aparece en el Antiguo Pacto y el ser glorioso que aparece en la consumación de los siglos venideros, ambos son uno y son el mismo.

Solo que entre estos dos grandes momentos, hay un breve interludio llamado los días de su carne, los días de su encarnación, los días de su humildad y sufrimiento, pero Él siempre es el mismo: Los co-iguales, el Cristo preexistente en los siglos pasados ​​gloriosos, en los siglos venideros incomparablemente gloriosos, y nuestro Señor Jesús del Evangelio.

Ahora bien, he dicho que con inquebrantable unidad la Biblia da testimonio de esta gran dualidad en Cristo: Dios manifestado en la carne. Echemos un vistazo a algunos de los pasajes. Así podríamos pasar el resto del día y de la semana en busca de lo que Dios nos ha revelado.

Uno: En el Antiguo Testamento, el capítulo 9 de Isaías y el versículo 6 dice: “Porque un niño nos es nacido, Hijo nos es dado”. En primer lugar, Isaías habla de su humanidad, “Porque un niño nos es nacido”, y el profeta nos conduce a Belén con su establo y su pesebre, al desierto con su hambre, al pozo con su sed. Él nos lleva a la carpintería con su trabajo diario. Nos conduce a la tormenta, la tormenta de medianoche, y a la tranquilidad de sus olas que milagrosamente se calman. Él nos conduce a Getsemaní con su agonía del alma. Al Calvario, al Gólgota, con su cruel ejecución.

“Porque un niño nos es nacido”. El profeta nos traslada al camino desde la cuna, desde el pesebre de Belén, hasta la cruz en el Gólgota. Pero no ha acabado. Después de haber hablado de la humanidad de nuestro Señor, continúa: “Hijo nos es dado”. Ahora nos conduce al cielo. Él era Hijo antes de nacer. Y agrega: “Y su nombre es Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”. Los dos, ambos, el niño nacido, Su humanidad, y el Hijo dado, Su deidad, tienen por nombre Dios Todopoderoso y Padre eterno.

El testimonio de los apóstoles es uniformemente el mismo. El apóstol Pablo escribe en 1 Timoteo 3:16: “Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: es decir, Dios fue manifestado en carne”. Esa palabra “grande es el misterio de la piedad”, es eusebeia, de eusebeioeusebeio, significa “adorar a Dios”. Así que la forma sustancial de la misma, la forma nominal de eusebeion significa “la religión, la verdadera religión, la verdadera adoración”: “Indiscutiblemente, grande es el misterio de la verdadera religión”. ¿Qué? Es decir, que “Dios se ha manifestado…” phonerothe, me encanta esa palabra, “Dios fue manifestado en carne”. Esa es la verdadera religión, la verdadera confianza, la verdadera creencia, la verdadera fe y la verdadera adoración: Dios fue manifestado en carne. Debo apresurarme…

El apóstol Pedro utiliza la misma palabra: “Dios manifestado…”, no una creación presente, sino de existencia previa y justamente manifiesta ahora. En 1 Pedro capítulo 1, versículo 20 dice: “Él estaba destinado desde antes de la fundación del mundo, pero ha sido phaneroo, manifestado en los últimos tiempos por amor de vosotros”. La manifestación de Dios, del Señor Cristo preexistente que ahora vemos en carne humana. Vayamos de nuevo al apóstol Juan, cuando escribe en 1 Juan 3:8: “Para esto phaneroo apareció el Hijo de Dios”. El Hijo preexistente aparece, “para deshacer las obras del diablo” [1 Juan 3:5-8].

“Deshacer”, luo, “romper”, para romper la casa de desesperación de Satanás, su prisión de almas, su casa de desesperanza e impotencia, su programa de condenación. Cristo, el Hijo de Dios, se manifestó, se convirtió en carne humana para que Él pudiera romper el reino de Satanás. Veamos de nuevo solo esta vez más, el comienzo de la primera epístola de Juan: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos, tocante al logos, al Verbo de vida, pues la vida fue manifestada…” Ahí está otra vez esa palabra phaneroo. “Y la hemos visto, y testificamos y os anunciamos la vida eterna, lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos” [1 Juan 1:1-2]. ¡Qué declaración tan vigorosa hace Juan en contra de aquellos que niegan la encarnación de Dios! “Hemos visto. Hemos oído. Hemos tocado. Hemos palpado”. Él tiene carne y huesos. Es un hombre.

Aquellos discípulos tocaron a Jesús, vieron a Jesús, estudiaron a Jesús, conocieron a Jesús de la misma manera que un químico conoce la sal o un geólogo sabe de rocas, o un astrónomo observa las estrellas. Ellos dieron testimonio, no una idea filosófica o una especulación metafísica, sino que fueron testigos de una realidad de Dios manifestado en carne humana, Dios en Cristo Jesús.

Dios se hizo carne y hueso en su nacimiento, en su nacimiento virginal. Cristo, el Hijo de Dios tenía carne y hueso en su ministerio. Cristo, el Hijo de Dios tenía carne y hueso en su resurrección. Cristo, el Hijo de Dios subió al cielo en un cuerpo de carne y hueso. El Dios que está sentado en la majestad en las alturas es un hombre. Su nombre es Cristo Jesús, Dios encarnado, Dios en carne humana. Y Él preside sobre toda la creación e intercede por nosotros.

El mismo Señor Dios, Cristo en forma humana, este mismo Jesús algún día vendrá otra vez en forma corporal, física, personal, tangible. Vamos a verlo. “Todo ojo le verá” [Apocalipsis 1:7]. Ese es el Evangelio. Ese es el misterio de eusebeia, el misterio de la adoración, de la religión. Dios fue manifestado en carne.

Así como no existe tal cosa como que un Jesús no nació de una virgen, así como no existe tal cosa como que un Jesús no fue levantado corporalmente de entre los muertos, tampoco existe tal cosa como que un Jesús que no viene otra vez físicamente, de manera abierta, tangible, personal [1 Tesalonicenses 4:16]. Cuando nos desviamos del Jesús histórico, nos apartamos del Evangelio. Y cuando negamos a Cristo viniendo en carne, negamos la esencia y definición de la propia fe cristiana.

Ese es el Evangelio: “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándonos en cuenta nuestros pecados, Él fue hecho pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” [2 Corintios 5:21]. Solo Dios podía hacer esto.

Ese es nuestro Señor. Ese es nuestro Salvador. Ese es nuestro gran mediador y amigo en el cielo. Ese es nuestro sumo sacerdote compasivo, probado en todos los puntos como nosotros solo que no tenía pecado. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. ¡Qué glorioso e incomparable evangelio, la verdad del amor de Dios en Cristo Jesús! ¿Podemos levantarnos juntos?

Nuestro Señor, si alguna vez vacilamos hasta el punto de la incredulidad con respecto a una verdad tan incomparable, la que Dios adoptara la forma de un hombre, que Cristo es el Logos eterno, preexistente, encarnado, Palabra de Dios, ayúdanos en nuestra incredulidad. Y que la verdad de ella, su simplicidad, su gloria, su promesa y su triunfo, sean nuestra alabanza y regocijo por siempre jamás.