Dios, El Primer Hecho Universal

Dios, El Primer Hecho Universal

January 25th, 1981 @ 8:15 AM

Génesis 1:1

DIOS, EL PRIMER HECHO UNIVERSAL Dr. W. A. Criswell Génesis 1:1 1-25-81  8:15 a.m.   El mensaje de esta mañana es Dios, el Primer Hecho Universal.  El texto bíblico es muy conocido por nosotros. Es el primer versículo del primer capítulo del primer libro de la...
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DIOS, EL PRIMER HECHO UNIVERSAL

Dr. W. A. Criswell

Génesis 1:1

1-25-81  8:15 a.m.

 

El mensaje de esta mañana es Dios, el Primer Hecho Universal.  El texto bíblico es muy conocido por nosotros. Es el primer versículo del primer capítulo del primer libro de la Biblia: “En el principio, Dios.”  En el principio ¿qué?, Dios.

-“En el principio, un huevo cósmico hecho del lodo del río Nilo”.-esto decían los sabios del antiguo Egipto.  En el principio ¿qué? – “En el principio, el cuerpo aplanado de Tiamat, asesinado por Marduk.”- esto decían los antiguos Caldeos. En el principio ¿qué? -“Los miembros separados de un gigante monstruoso “- dice uno de los himnos del Rig Veda, las escrituras sagradas de los hindúes.  En el principio ¿qué? – “Casualidad ciega, impersonal y accidental.”- dice el evolucionista moderno.  En el principio ¿qué? -“Una bola de neblina de fuego explotando y precipitándose por el espacio.”- dicen los físicos y humanistas modernos seculares.  En el principio ¿qué? – “Dios”- dicen las Sagradas Escrituras.

La idea de Dios es innata, congénita, intuitiva, universal a la mente humana.  Romanos 1 versículos 19 y 20 dice que la revelación de Dios está en cada mente, en cada corazón, en cada ser humano.

Me pareció muy interesante leer acerca de Helen Keller quien durante los primeros años de su vida, al ser ciega y sordomuda, no tuvo contacto con el mundo excepto a través de sus sentidos en el marco físico. Cuando finalmente pudieron contactar con ella a través del tacto y le hablaron de Dios, ella dijo: “Le he conocido todos los años de mi vida”.

Es imposible erradicar la idea de Dios de la mente humana. Es como todas las otras grandes verdades que son evidentes. No se puede negar o contradecir, o evitar. Como cuando hay un efecto, tiene que haber una causa, o el todo es mayor que cualquiera de sus partes, o todos los axiomas de las matemáticas, dos más dos es igual a cuatro. Estas verdades no se pueden negar.

Tampoco podemos evitar que en nuestro mundo haya leyes, diseño e inteligencia. Ni podemos rechazar que el hombre tenga personalidad y sensibilidad moral. Si intentamos negar esos tremendos hechos, puede ser que por un tiempo torzamos y frustremos la mente, pero siempre volverá a la posición original.

Podemos tomar la mente humana y deformarla, torcerla de forma anormal y sacar conclusiones absurdas. Pero si la soltamos, volverá a su posición original. La idea de Dios es inherente e intuitiva a la mente humana. Es una parte de la constitución básica de nuestro encuadre, fundamental para la vida humana.

Una vez más hay grandes verdades, hechos que nos rodean que exigen una explicación. Aquí hay uno. Todos nosotros, toda la humanidad posee un sentido del infinito, de infinitud, de la gloria de los cielos y de la tierra. Esta idea es vaga y vacía sin la presencia y la idea de Dios, de un Dios Creador. Nuestro sentido de infinitud, de gloria y de aura magníficas de toda la creación que nos rodea, presupone un Dios Creador.

Es exactamente lo mismo: El ojo presupone una luz que puede ver. El oído presupone un sonido que puede oír. Nuestro tacto presupone objetos tangibles. Nuestras afinidades y afectos por los demás presuponen una comunidad y una familia. Nuestra sed presupone agua para beber. Nuestra hambre presupone pan para comer. Nuestro sentido de sentimientos religiosos y la sensibilidad moral presupone a alguien, alguien que es mayor y además,  diferente de la sustancia material de todo lo que nos rodea.

O digámoslo así: La materia exige un creador. Y un creador requiere inteligencia. La inteligencia requiere personalidad. Y la personalidad requiere de un Dios que pueda hacerlo.

Un segundo hecho ineludible: Quienquiera que creara o trajera a la existencia el maravilloso mundo que nos rodea, es un maestro artesano. Es el producto de una mano maestra, lo hizo alguien o algo infinitamente glorioso. Siempre una obra maestra presupone un maestro artesano.

Sin un maestro artesano, no podríamos tener la “Ilíada” de Homero, o la “Eneida” de Virgilio, la “Divina Comedia” de Dante,  “Hamlet” de Shakespeare, o “Paradise Lost” de Milton. Sin un maestro artesano nunca podríamos tener la “Madonna Sixtina” de Rafael o “El Juicio Final” de Miguel Ángel. Sin un maestro artesano nunca hubiéramos podido escuchar la Quinta Sinfonía de Beethoven. Sin un maestro artesano nunca hubiéramos podido acceder a la filosofía griega o a la ciencia moderna. Sin un maestro artesano nunca hubiera existido el imperio griego de Alejandro Magno. Tampoco hubiéramos podido tener el mundo glorioso que nos rodea, sin un maestro artesano.

Hechos ineludibles que exigen algún tipo de explicación: Un tercero, hay inteligencia en todo lo que vemos. Un niño pequeño estaba sentado a la mesa de una cena y el invitado era un físico, un profesor de física. El pequeño, impresionado por el distinguido profesor, trató de hablar con él lo mejor que pudo. La conversación fue así: “¿Cuántas cosas hay en el mundo?” Y el niño dijo: “Yo”; y el profesor afirmó: “Hijo, en todo el mundo hay solo alrededor de un centenar de cosas diferentes, en realidad, 103”. El niño dijo: “Oh, 103, 100? Yo conozco a un millón.” El profesor le solicitó: “Bien hijo, menciona algunas de ellas.”

El muchacho, entonces, miró a la mesa y dijo: “Sal”. El profesor explicó: “Eso no es una cosa. Eso son dos cosas. Es un pequeño pedazo de un metal blanco llamado sodio y una pequeña porción de un gas llamado cloruro, gas cloro. Ponlos juntos y eso forma la sal”.

El pequeño dijo: “Lo sé. Lo sé. Conozco otra. El agua”. Y el profesor demostró: “El agua no es una cosa. El agua son dos cosas. Dos pedacitos de un gas llamado hidrógeno y una pequeña porción de un gas llamado oxígeno. Ponlos juntos y se hace el agua”.

El muchacho lo intentó de nuevo: “¿Aire?” Y el profesor dijo: “El aire son dos cosas. Son setenta y nueve piezas diminutas de nitrógeno, veintiún pedacitos de oxígeno y tal vez una pequeña pieza de dióxido de carbono, el ácido carbónico. Eso hace el aire en todo el mundo”.

Solo hay 103 cosas diferentes en el mundo, pero oh, la inteligencia de su combinación. Es exactamente como las matemáticas. No hay más que diez dígitos: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, y un 0. Y con esos diez dígitos, solo con diez, la mente humana resuelve problemas de álgebra, geometría y cálculo.

En el habla humana tenemos veintisiete caracteres. Los llamamos alfabeto, veintisiete. Pero la mente humana y la inteligencia toman esos veintisiete caracteres y crea la literatura del mundo, el Salmo 23, el Salmo 19, el discurso de Gettysburg.

Si no me equivoco, en el piano, en una octava hay siete notas y entonces empiezan otra vez.  Solo hay siete y cinco notas negras. Siete y cinco, que hacen doce. Hay doce notas. ¿Correcto? Hay doce notas, solo hay doce factores. Y aun así la mente puede coger esos doce factores y crear la música más maravillosa del mundo… la inteligencia puede hacerlo.

Esto es lo que una inteligencia omnipotente ha hecho con el mundo. Ha tomado 103 elementos y ha creado en gloria todo lo que vemos a nuestro alrededor.

¿Quién es ese combinador, quién es ese diseñador, quién es ese programador que puede conseguir todas estas cosas maravillosas con 103 elementos? Los ateos, los evolucionistas y los humanistas, dicen: “No hay inteligencia que lo haga. Es la casualidad ciega accidental quien lo logra.”

Hermano, creeré y aceptaré esto cuando cojan los dígitos de las matemáticas, diez de ellos, los lancen al vacío y al caer den la resolución de un problema de trigonometría o cálculo. Lo creería si cogiéramos los veintisiete caracteres del alfabeto, los tiráramos hacia arriba y al azar cayera el “Paraíso Perdido” de Milton o la Constitución de los Estados Unidos. Lo podría creer si se pudieran tomar los doce factores, las doce notas de la música, echarlas al aire y accidentalmente cayera la Marcha Nupcial de Richard Wagner. Podría creerlo si de una explosión en una planta de impresión saliera un diccionario completo.

Lo creeré cuando vea los 103 elementos haciéndose a sí mismos de la nada, organizándose a sí mismos en un avión y volando. Lo creeré cuando vea un puente construirse a sí mismo sobre un abismo sin un ingeniero. Cuando lea un libro o escuche una sinfonía gloriosa sin autor. Lo creeré cuando vea una casa sencilla construida sin un diseñador. Hay hechos en el universo que exigen una respuesta y el primer hecho es Dios.

Vemos la maravillosa mano interventora de Dios cada día, solo si tenemos ojos para ver. Se mueve en el ámbito de la vida humana y de todo el espectro natural, abierto a la mente humana. Veo todos los días la intervención de Dios a mi alrededor.

Las leyes de la física dicen que cuando calientas algo se expande, se expande y se expande, el calor expande. Y la misma ley de la física dice que cuando enfrías algo se contrae. Mira la intervención de Dios. El agua fría se contrae, se contrae, se contrae hasta que, a los cero grados centígrados exactos, por la intervención de Dios, de repente el agua se convierte en hielo y se expande, ¿por qué? Porque si siguiera contrayéndose, su peso haría que esta se hundiera hasta el fondo del mar y los mares, en ambos polos, serían hielo sólido. Las corrientes, que dan la vida a los océanos, dejarían de fluir y el mundo moriría. Dios interviene en todas partes en el mundo que nos rodea.

El milagro de la mitosis, cuando una célula se divide, cada uno de esos cromosomas se divide justo por la mitad. Hay el mismo número en un lado que en el otro, cuarenta y ocho aquí, cuarenta y ocho allí. Cada célula del cuerpo humano tiene el igual número de cromosomas.

Entonces la intervención de Dios, el espermatozoide masculino está dividido en veinticuatro cromosomas y el óvulo femenino está dividido en veinticuatro. Cuando el espermatozoide del hombre y el óvulo de la mujer se unen, hay veinticuatro aquí y veinticuatro allí. Cuarenta y ocho de nuevo y Dios lo ha hecho. Es por eso que cuando estoy orando por los bebés, digo: “Señor, qué milagro, este niño viene de tu mano, la mano creadora de Dios”. El Señor está a nuestro alrededor.

El Señor Dios bajo nuestros pies, debajo de nosotros; las reglas de la patología, de las enfermedades, de la medicina: la enfermedad, los gérmenes se multiplican. La tuberculosis, la difteria, la poliomielitis, el tifus, la fiebre tifoidea, las enfermedades se multiplican y se propagan.

El Señor Dios está también bajo nuestros pies, debajo de nosotros. Mi hermano, después de estos miles y tal vez millones de años de estar enterrando al gato muerto, al perro muerto, a la rata muerta. Nosotros enterramos en la tierra. ¿Por qué la tierra no está llena de enfermedades de forma que cuando caminamos sobre ella sea letal? ¿Por qué el mundo por debajo de nosotros no está lleno de enfermedades ya que es el lugar de los muertos? Debido a la intervención de Dios, Dios puso penicilina allí en esa tierra y lo acabamos de descubrir. Puso penicilina allí y todos los gérmenes y bacterias, todas esas enfermedades, son destruidas inmediatamente para que la tierra pueda ser un lugar habitable para sus criaturas. Ese es Dios.

La intervención de Dios está en todas partes. Lo veo en nosotros. Es una regla de la psicología y la sociología que el mal ambiente produce resaca y deshechos en la vida humana. Fuera de estos guetos y fuera de estos barrios salen esos personajes sórdidos que nos asustan solo de pensar en ello. Esa es la regla de la psicología y la sociología.

La intervención de Dios está en todas partes: El mundo por encima de nosotros y fuera de nosotros. Es una regla de la historia que las naciones se levantan y caen. Viven y mueren. ¿Dónde están los Hititas y los Jebuseos, los Gergeshitas y los Amorreos? ¿Dónde están los antiguos imperios de los Hititas, o los Egipcios, los Caldeos, los Babilónicos, o los Asirios? Su gloria ha desaparecido. Pero la intervención de Dios en la historia humana, Dios le dijo a Israel, en Ezequiel 37 [versículo 11]: “Es como un valle de huesos secos, y el Espíritu de Dios sopla en ellos, y se levantará un gran pueblo y una gran nación”. Y Jeremías 31 [versículos 35-36] dice: ” Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas; Jehová de los ejércitos es su nombre: Si faltaren estas leyes delante de mí, dice Jehová, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente”. La intervención de Dios; es una regla de la historia que las organizaciones prosperen por un tiempo y luego dejen de ser, todas ellas. Su vida es larga pero luego se desvanecen. Son recuerdos. Son parte de la historia. El Señor Jesús dijo en Mateo 16 y 18: ” Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” Y en la gran visión de la consumación: “Vamos,” dijo el ángel al santo apóstol Juan, “y yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero, la iglesia del Dios viviente. Y vi su belleza, la belleza de una piedra de jaspe, de un diamante. Sus murallas, sus calles, sus mansiones, donde vivimos, y el trono de Dios en medio. Y del trono fluía un agua de vida, y junto el curso del río, el árbol de la vida, cuyas hojas eran para sanidad del pueblo” [Apocalipsis 21:9-11,18; 22:1-2].

Ese es Dios, el primer gran hecho universal: “En el principio Dios”; en el final, Dios. “Yo soy el Alfa y la Omega, y tengo las llaves de la muerte y del infierno” [Apocalipsis 1:8]. En el libro de Dios, de la naturaleza que nos rodea, el sol brilla en el cielo. En el libro de la revelación de Dios, el Hijo, el Hijo, brilla en las páginas. Y ambos son la luz del mundo, el primer gran hecho universal, Dios.

Nuestro Señor, con un profundo sentimiento de admiración y maravilla nos postramos en tu presencia. Con un sentimiento de gratitud infinita a Dios, que se ha revelado a Sí mismo en Su Hijo, el Señor Jesús. Y con abundante acción de gracias por acercarte, tocar nuestras almas y abrir nuestros corazones para recibirle a Él, a quien amar y conocer es vida eterna.